Somos eso que queda después de la inundación, baja el río y te das
cuenta que en la vorágine de salvar lo imprescindible te olvidaste de lo
importante, cuando queda en las paredes la marca de hasta dónde nos tapó el agua,
cuando perdimos todo y nos rearmamos porque de eso se trata (dicen).
Hoy lo escuché de una desconocida en el bondi, tenía el pelo medio rubio
y le hablaba a otra, eran de esas minas
que se suben a un bondi para hacer diez cuadras. Cuestión que la de pelo mal
teñido le dice a la otra que amar es rearmarse. Y se me vino a la mente un mal
jugador de tetris que nunca puede ir eliminando filas y se le arman huecos y se
desespera porque le está por llegar una pieza larga horizontal y no sabe dónde
quedaría mejor y aprieta mal las teclas y la hace bajar rápido y así con un
cubo y así con la L y así con la otra L pero del otro lado y así hasta perder.
Porque si hay algo que tiene amar es que no existe eso de borrar y empezar,
porque siempre con algo te quedás. Somos como una especie de acumulación de lo
que nos pasó y de lo que no.
Soledad tiene 24 y vive sola en un dos ambientes en Villa Crespo, tiene
el pelo corto a lo varón porque un ex novio le dijo que largo le quedaba lindo
y tiene un tic nervioso para limpiar la cocina porque donde vivió cuando era
chica se llenó de cucarachas después de la primer inundación.
Cuando tenía 7 años quería tener un gato pero le regalaron una Barbie
Rapunzel y un diario íntimo. A la Barbie le hizo un corte carré y en el diario
íntimo escribió un cuento de un gato negro y el nombre del compañerito de banco
que le gustaba mucho y no le daba bola.
Cuando tenía 9 años nació su único hermano y lo primero que hizo fue
darle un beso en la frente por haberla salvado de la desgracia de ser hija
única. El centro de atención se desplazó
casi instantáneamente y ahí sumó una segunda fobia, una necesidad
histérica por los espacios personales. Casi como si los nombres lo designaran a
uno o uno a los nombres, Soledad necesita de ese lugar propio que comparte
cuando quiere y cuando puede, una burbuja protectora propia de Cáncer. Cree en los horóscopos de los diarios del domingo
porque siempre se contradicen entre sí y cuando termina la semana puede combinarlos para encontrarles un sentido.
A los 12 le empezaron a gustar los chicos más grandes, y a los 15 el
chico nuevo del grado le gustó tanto que se compró un motorola C115 para saltar
de alegría con cada mensaje que él le contestaba. Le cerró tanto el perfil de
extrovertido, del centro de atención de
la nada, que lo convirtió en el tipo de chico que iba a buscar siempre. A los
15 no se animó a avanzar y aprendió que la que se duerme queda en esa zona de
amigos tan triste para hombres como para mujeres y se siente algo así como unas
anginas con pus que son como muchos cuchillos en la garganta que son como ver a
una amiga con el chico que te gusta porque nunca cantaste pri.
Entre los 16 a 18 dio muchos besos jugosos sin jugo ni sabor y a los 18
recién cumplidos le dijeron mi amor por primera vez. A los 19 supo que amor y
pasión no eran sinónimos y que el amor se transforma en cariño cuando se
extingue si es que es de los buenos. A los 21 le rompieron el corazón y se
enfermó tanto que no se dio cuenta hasta que se lo volvieron a romper. Como
buena hija de padres que nunca se separaron, dejó de creer en el amor para toda
la vida y se mudó a un lugar donde no se
inundara, al 8vo piso de Villa Crespo.
La primer gran decisión de adulta fue dejar de ir al psicólogo para
poder pagar la banda ancha con wifi y el cable. Se aprendió los diálogos de
friends y empezó a comer más arroz que antes. El colchón sobre el piso fue más
una decisión económica que estética, pero lo supo combinar bien con los pies
descalzos y el mate de madera todas las mañanas.
Pero a los 8vos pisos también llega el agua. Le llamó la atención cuando
le dijo que tenía una lista de palabras favoritas, no por lo que significaban
sino por cómo sonaban. Podía ser tranquilamente un hacker que había entrado al
disco D de su computadora, a la carpeta que dice blog 2014 y tiene una
subcarpeta que dice textitos, donde hay una acumulación incoherente de oraciones que dicen que coger no es lo mismo que garchar. Como si se tratara
de los cuentos de las mil y una noches, cada vez que lo veía le iba contando
una palabra nueva de su lista de preferidas. La primera noche que se quedó a
dormir hicieron una prepizza y dejaron un pequeño cementerio de cervezas al
lado de la heladera. A oscuras y después de transpirar por una hora le tiró la
primer palabra: cremoso. Soledad le sonrió a la oscuridad y le dijo que le
gustaba mucho la lluvia pero le tenía miedo al agua. Él le dijo que a nadar se
aprende y le pidió que no se durmiera rápido.
La segunda noche fue de hamburguesas y gancia. De los Red Hot, Daft Punk
y Artic Monkeys. Él, como un libro abierto le contó de su miedo a la muerte y
de lo solo que se sentía cuando caminaba por la calle sin sus auriculares y su
música. Para cortar con la solemnidad, o para seguirla, ella lo empujó suavemente
sobre la cama y le empezó a decir cosas que no tenían que escuchar las paredes,
algo del calor y la noche. Se desnudó en frente de la ventana sin miedo a que
la vieran los vecinos y empezó un recorrido que terminó en una sonrisa ajena. Al
oído y un segundo antes de que se durmiera en una cuchara entrelazada y
mágicamente no incómoda, él le dijo una segunda palabra de la lista: travesura.
La tercer noche fue una despedida solapada con quizás, puede ser y hay
que ver. Lo volátil de las ganas y espacios no encontrados se puede transformar
en pequeñas angustias si no se maneja bien. Algo de mejor vivir el momento, en
esta época de la inmediatez, los vistos en facebook y las últimas conexiones
del guasap. Esta vez no hubo palabra favorita porque cuanto más cerca se está
de conocer la lista completa, más cerca se va a estar de terminar con la fantasía.
Mejor recorrerse un poco más para disfrutarse, sentir la piel nueva, el sabor a
diferente, la voz que con el tiempo se olvida. Esa vez se quedó hasta el
mediodía, se despidieron con un beso húmedo y él subió al piso 9 para volver a
la rutina antes de que llegara su novia de viaje.