Cuando tenía
15 años me tocó cursar con una profesora dinosaurio. Ésas que fueron profesoras
de padres de alumnos y de profesoras jóvenes y no tan jóvenes. Ésas que en 50
años no cambian su modelo de enseñanza, las que entran al salón en punto,
caminan lentamente hacia el escritorio, abren el libro de actas, lo firman, y
todo eso, sin que vuele una mosca. Sí, todos sabemos lo que es una profesora
dinosaurio, esas que responden al estereotipo de maestra que nunca falta, intachable,
arreglada y por qué no, carente de ideas.
Este tipo de
profesoras sarmientistas están en todas las disciplinas, biología, lengua,
historia y por qué no, matemática. Ahora, cuando están al frente de una materia
humanística específicamente, se me revuelve el estómago. Quizás no sea su
culpa, quizás cuando fueron a aprender aquello que en su momento debió gustarles,
que es enseñar y educar, no les explicaron que repetir como loros no es una
buena forma de aprender. Pero eso no es justificativo alguno, porque si hay
algo que tienen las profesoras sarmientistas, es tiempo enseñando. Años y años y años y años ¿Nunca
nadie les dijo que los alumnos no estaban aprendiendo nada? ¿Nunca se
frustraron con el silencio en clase? ¿Nunca les molestó que nadie preguntara
nada?
Se ve que no.
La profesora
dinosaurio me tocó en Historia Social General. Vino con su libro de manual que
todos compramos, se paró frente a la clase de 35 adolescentes y con voz
monocorde comenzó a recitar hoja tras hoja, semana tras semana, en un año en el
que muchos odiaron Historia. Probablemente lo que todos recuerden sea lo mismo
que recuerdo yo, que la Guerra Fría fue una guerra armamentística y que la
Belle Epoque fue un período previo a la Primera Guerra Mundial. Gracias por
todo, fin de año, pasaron de grado.
Lo que nadie
olvidaría nunca sería la forma de evaluar, pruebas extensas en las que se
levantaba a firmar cada hoja en blanco antes de que empezáramos a escribir y
lecciones orales todas las clases ¿Algún fin pedagógico como sacarle el miedo a
hablar en público a sus jóvenes estudiantes? No, el único fin era repartir unos
y hacernos sufrir.
-¿Cómo va a
ser esto? ¿Usted va a ir llamando?
-No, pueden
ir pasando ustedes ¿Quién quiere pasar?
Si alguien
alguna vez se preguntó cómo hacer callar a un grupo numeroso de chicos en un
salón, es con esa pregunta.
-Bueno, ya
que no pasa nadie, pasá vos que preguntaste.
En esos
momentos hasta las risas se vuelven mudas. Anotado como lección de vida: no
hacer preguntas estúpidas. Después de esa segunda clase nadie más habló, nunca. Así que la dinosaurio
adoptó otro método, más doloroso y despiadado, sí, todavía más que el dedito
acusador. Ahora involucraba un poco de suerte a la elección.
-Bueno, son
35 en la lista, vos, decime un número del 1 al 35.
-36.
Fue
demasiado, carcajada general. Y si, pobre chica, nadie sabe cómo reacciona la
gente en un momento de tensión.
-Perdón, digo
35.
-¡Silencio!
Bueno, vos, decime otro número.
-¿2?
-Perfecto, y
vos, decime otro número.
-7.
-Entonces, 35
dividido 2 más 7. Da 24, 5; y como redondeo para arriba da 25, la persona
número 25 de la lista es…
Qué
pesadilla.
Después del
primer trimestre ya todos sabían quién se la llevaba a Diciembre y quién no. Y
fue por esas épocas que se esparció un rumor, al parecer la dinosaurio era fiel
creyente del dicho “hazte la fama y échate a dormir”. Lo que habían pensado iba
más allá del copiarse con el libro abierto escondido entre las piernas y el
banco, más allá que calcarle la firma para deslizar una hoja ya escrita con
respuestas, lo que pensaron mis compañeros, fue un verdadero acto de rebeldía.
Uno de los mejores alumnos, con mucho que perder a esa altura del año, decidió
escribir en medio de una larga respuesta sobre el nazismo un pequeño comentario
futbolístico. Se sacó un 8. Teoría comprobada. Fue en ese momento en el que
descubrimos que además de pedirnos recitar de memoria, con comas y puntos
incluídos, no leía lo que escribíamos.
Pese a todo
esto, cuando nos juntamos todavía la recordamos con cariño, como esa persona
que no nos enseñó nada de historia pero nos dio un par de anécdotas divertidas
para recordar cuando estamos en grupo. A los que nos interesó la Historia
seguimos carreras humanísticas o
compramos libros por nuestra cuenta, riéndonos de todos los pobres que tuvieran
que cursar con ella.
No sabemos
bien que pasó, si ella cambió, si los chicos cambiaron, o fue el tiempo. Pero
al parecer la dinosaurio habría perdido sus poderes mágicos; ya no habría
silencio cuando entra al salón, y ya nadie le tendría miedo ¿Habremos sido
nosotros los responsables? ¿Se habrá filtrado lo del resumen del partido de
fútbol en la prueba? Difícil saberlo en realidad. Lo que sí sabemos es que cuando ella se dio cuenta que
perdió el poder, se jubiló y se fue.
Mi hermano llegó
a tenerla un trimestre, le advertí cómo eran las cosas pero no me escuchó. Quizás
pensó que no era en serio porque cuando me enteré que la iba a tener, me reí
mucho en su cara y le dije que se preparara, quizás no fui muy convincente. Se
sacó un 4 en una prueba y fue una de las notas más altas, así que cuando la
dinosaurio preguntó si alguien quería dar oral para levantar la nota, muchos
tuvieron que pararse y empezar a recitar.
Con los años,
este tipo de situaciones en las que están todos en silencio esperando no ser
llamados no se repitió con frecuencia, no de una manera lo suficientemente
traumática como para ser escrita. Hasta la semana pasada. Podría establecerse
una analogía entre un call center, donde estamos todos sentados respondiendo
las consultas de los clientes de una determinada empresa de telecomunicaciones,
y un salón de clases.
Cuando sabés
que están haciendo reducción de personal y ves al supervisor caminar de una punta
a la otra del piso, pensás que es la dinosaurio eligiendo a quién va a
preguntarle sobre la Guerra Civil Española.