De Avellaneda hasta allá
1 hora mínimo, por las dudas salgo con una hora y cuarto de anticipación, ir
con los minutos contados no hace bien al estrés propio de esta situación.
Con el tiempo descubrí
que cuando estoy llegando tarde, es imposible no mirar la hora a cada minuto,
pero aún así, con toda la telekinesis de la que soy capaz, no puedo hacer que
el colectivo vaya más rápido. E inclusive, existe la posibilidad de que se
active la ley de Murphy, esa que dice: “cuando estás llegando tarde, alguien
corta la avenida principal, el bondi para en todas las esquinas o agarra todos
los semáforos en rojo”.
En este horario no hay
mucha gente viajando, la tarde es más para dormir la siesta, mirar telenovelas
o estar encerrado en el trabajo, sea oficina, local de ropa o un kiosco. Yo,
que estoy en la parada, miro hacia arriba y le sonrío al sol primaveral en
invierno. No se si mi estación favorita se adelantó para que no caiga en una
depresión de chocolates o el calentamiento global cada vez es más fuerte y mis
nietos se van a derretir cuando salgan de picnic.
No sé, y no voy a
amargarme al respecto, creo que no lo puedo cambiar demasiado ¡Hay tanta
confusión! Que separemos la basura, que cerremos el agua cuando nos cepillamos
los dientes. Sí señor vestido de verde, todo eso lo hago, pero las papeleras se
multiplican, la minería a cielo abierto tiene una publicidad oficial en la
radio y los proyectos de biodiesel que hacen los estudiantes de ingeniería sólo
sirven para exposiciones. Bueno, ya me amargué. Volvamos al sol primaveral
iluminando mi cara.
Ahí viene. Durante
meses vi este colectivo pasar sin pararlo, con cierta nostalgia y la seguridad
de que no iba a subirme nunca más. Es algo característico de las separaciones.
Un ex ya no es un ex, un ex es el colectivo o tren que tomabas para ir a la
casa, la música que escuchaban mientras comían, las películas que vieron juntos
en el cine, una voz, una forma de hablar y en estos últimos años, una pequeña foto
en facebook, en la ventana del chat.
-Hasta la terminal por
favor.
-¡Uf, qué viaje!
-Si
-Hay amor ahí, eh.
Mirar por la ventanilla
es como mirar sin mirar, todos miramos, pero en realidad estamos pensando en
otras cosas. Hay gente que piensa en conversaciones recientes, situaciones
diarias, yo por otro lado pienso mucho en cosas que no pasaron, uso la
imaginación para inventar cosas que me gustaría que la gente diga o haga.
Situaciones inexistentes, personajes reales. Como si fuese una serie que se
reinventa cada vez que subo al colectivo, o a veces si recuerdo como terminó el
capítulo anterior puedo construir una continuación interesante.
Esta historia la pensé
mil veces, a veces con finales deseables y otras un poco más realistas. Porque
lo realista no es siempre lo que deseamos, pero bueno, yo soy dueña de lo que
pasa por mi ventanilla mientras dure el viaje.
-Ya sabés como es él
¿Qué esperabas?
-Tiene un hijo ahora,
pero el flaco no cambia más.
-Todo el mundo te lo
dijo.
-Me lo prometió pero
los fines de semana desaparece…
A veces las
conversaciones de extraños en un colectivo te sacan de tu eje, vos venías
imaginando tu historia, pero captás las palabras de otras personas y sin
quererlo quedás pegada a una novela ajena, colorida, pero de otro. Son
historias sin rostros que te cautivan por un instante, hasta difuminarse con un
ringtone, el timbre, el vendedor ambulante o un grupo inquieto de secundaria
que sube a los gritos sacando 7 boletos de $1.50.
En una hora pasan
muchas historias en un colectivo.
-No soy sordo, ya
tocaste dos veces.
-¿Y por qué no me
parás?
-Ahí no es la parada.
-Si ustedes paran donde
quieren, bien forros son.
-Dale, andá pibito.
La gente está de mal
humor.
-Pero… te dije que
estoy viajando… dejá… Ah, y encima me amenazás? Pasame con mamá, pasame YA con
mamá. O me pasas ahora o voy y te reviento la cab… ¿Mamá vos me estás jodiendo?
Te operaron hace dos días, tenés que… no, no me inte… tenés que… ANDÁ A
ACOSTARTE, me importa poco que haya invitado a los amigos, vos está… ¿Eso te
dijo? No, dejá, voy y le parto la cabeza, ya está. No, olvidate, me bajo, no,
me bajo en tu casa… estab… estaba yendo a lo de Fiorella pero no imp… no mamá, ahora bajo y la re cago a
palos, estás recién… andá a acostarte, beso.
Hablar por teléfono en
el colectivo… todos lo hacemos, y todos se enteran de nuestras microhistorias,
pero es un viaje en el que somos desconocidos y pocas veces nos importa lo que
los demás puedan escuchar, o ver.
Cuando son viajes más
rutinarios a veces hay casualidades, para el que crea en ellas… Yo empecé a
considerar que quizás existen un día en particular, viajando para la facu.
-Obvio.
-¿Pero vos me entendés
lo que te digo?
-Sí, mi amor no te
pongás mal, no te hagás malasangre.
Una pareja, una novela
poco interesante escuchada al pasar. La recuerdo por otros detalles…
Soy de las que creen en
la existencia de la memoria fotográfica, o puede que tenga más facilidad para acordarme algunos detalles y no los nombres. Hay caras que no olvido si me llaman la
atención por algo, muchos lugares a los que se cómo viajar pero no sé la
dirección exacta, y tampoco una aproximada. Detalles grabados en la memoria
como un recorrido, un gorro, una cartera, una textura. En este caso en
especial, unas botas tejanas con dibujos extraños y una cartera verde.
Al lado de ella,
agarrándola de la cintura y de forma posesiva, un hombre de 50 y tantos, manos
gruesas, cara de enojado. Ella parecía despreocupada, o quizás simplemente no
quería pensar en
complicaciones a las 9 de la mañana.
¿Yo? Llegando tarde a
alguna materia, seguro. Sentada cómoda, casi recostada en los asientos de a
uno, cerca de la puerta, mis asientos favoritos. Día largo ese, volví a casa
después de cursar por varias horas y de hacer algo más seguramente, que no
recuerdo, no debe ser importante. Lo interesante fue que me subí a la misma
línea de colectivo que me había tomado a la mañana. Me apoyé en la baranda de
discapacitados, mirando sin ver a las dos personas más próximas a mí. Un
segundo, quizás dos. Desvié la mirada, recordé, y volví a mirar: botas tejanas
con dibujos raros y una cartera verde. Ella estaba pegada a un hombre de unos
30.
Sonreí, era la misma,
la memoria fotográfica no falla ¿Qué posibilidades había de tomarse el mismo
bondi a la misma hora con la misma persona a la ida y a la vuelta, y además, verla
en medio de algo que no debía ser descubierto?
Es en ese momento en
que te detenés a pensar si existen las casualidades o son todas causalidades.
Conversación de bar o de juntada de amigos a las 4 de la mañana, cuando se
terminó el alcohol, o quizás sólo se terminó el alcohol del bueno, y quedan
marcas baratas y un mazo de cartas. Entonces todos comentan casualidades
extrañas que les pasaron en sus vidas, te ponés a pensar en lo que hubiese
pasado sin esa casualidad en el momento exacto ¿Hubiese conocido a esa persona?
¿Y si no la hubiese conocido, hubiera conocido a tal otra? ¿Y si no me quedaba
dormida? ¿Y si me anotaba en otra materia seríamos amigos? En fin, esas
suposiciones que no llevan a ningún lado y nos dejan con la misma sensación que
teníamos cuando empezamos la conversación. No tenemos idea, si existen las
casualidades o causalidades, nos miramos entre todos y decimos bueno, no
importa, nunca vamos a saberlo, y no sabemos por qué, pero nos conocimos,
conectamos, y acá estamos, compartiendo pelotudeces a las 4 de la mañana.
-¿Podés creer que lo
único que me dejó es un colchón y la perra?
-JAJAJA
-No es gracioso, estoy
durmiendo en el piso con la perra al lado.
-Bueno, así no tenés
frío.
-Está re loca, pero mejor,
no la quiero ni ver. Se fue con otro, me la juego.
-¿Te parece?
-Y si, se había
empezado a arreglar de nuevo, que se yo. Te das cuenta.
-Igual ustedes se
vivían peleando.
-No quiero hablar más
de ella.
-Bueno, ¿Viste el
partido?
-¿Sos boludo? Se llevó
el televisor.
Hace un mes redescubrí
lo lindo que es leer un libro mientras viajo. Es una buena herramienta para
hacer oídos sordos a las historias ajenas o cuando te comen las neuronas las
propias historias inventadas. Más cuando se tratan de una persona en
particular, con nombre y apellido. A veces esas novelas propias, meditadas en
silencio con los ojos perdidos en algún lugar de la ventanilla o del pasado,
son más recurrentes para nosotros que el camino a recorrer para el chofer de la
línea. Pesadillas del despierto podrían ser.
Leer es un buen método,
porque hay momentos en los que ni los auriculares ayudan. Es probable que la
lista de temas cuidadosamente seleccionados para distraerte en el viaje no
terminen siendo más que la banda sonora de tu pesadilla del despierto. Y ahí te
das cuenta lo jodida que estás. Inventás historias a través de la ventanilla, y
encima las musicalizás.
Levanto la vista del
libro, me alejo de la vida de Montag, y deseo que pueda escapar de esa sociedad
extraña, que afirma que para ser felices no debemos leer ni pensar demasiado.
En el no pensar, no saber, no leer, estaría la base de lo que todos buscamos
constantemente.
Mi filosofía de vida es
tratar de no complicarme demasiado, es cierto que si le damos vuelta a un tema
varias veces terminamos por complicarnos nosotros y arruinar el tema en sí.
Llevo la bandera del “no pensar”, así que esta historia como lectora quizás me
ataque directamente. Pero intento justificarme, mi no pensar es mucho más
ingenuo, del sentido de “no seamos tan histéricos y veámosle el lado simple a
las cosas”. Listo, una vez justificada puedo continuar leyendo.
“Montag sintió que su
sonrisa desaparecía, se fundía, era absorbida por su cuerpo como una corteza de
sebo, como el material de una vela fantástica que hubiese ardido demasiado
tiempo para acabar derrumbándose y apagándose.
Oscuridad. No se sentía feliz. No era feliz. Pronunció las palabras para
sí mismo. Reconocía que éste era
el verdadero estado de sus asuntos. Llevaba su felicidad como una máscara, y la
muchacha se había marchado con su careta y no había medio de ir hasta su puerta
y pedir que se la devolviera.”
Eso escribía Ray
Bradbury ¿Eso era lo que estaba pensando yo? ¿Para qué iba realmente?
Volví a levantar la
vista, y vi que en el colectivo sólo había una chica y yo. Bueno, y el chofer.
Eso significaba que me faltaban minutos para bajar. “Hay amor ahí, eh” retumbó
en mi cabeza. Y no, justamente era quizás eso lo que no había más.
Sonó un tema de New
Order en el celular de mi única y momentánea compañera, ese que dice I´m
waiting for that final moment you say the words that I can´t say. Sonreí y me
bajé, había viajado una hora y media por el tráfico, miré la calle con una
sensación de final abierto. La letra entera de “Triángulo de amor bizarro” vino
a mí como un martillazo mal dado, ese que en vez de dejar el clavo derecho lo
tira para abajo y lo desestabiliza. Estaba casi segura que no iba a animarme a
decir las palabras, y que él menos, porque iba a esperar que las dijera yo, o
porque no las quería decir, o porque no las sentía.
Un abrazo largo, un
beso en la mejilla, una breve reseña de nuestras vidas estos meses, un café,
tostadas, más anécdotas, todos los libros en el mismo lugar, es decir, desparramados,
el mismo sillón, la misma pintura que siempre le había dicho que era fea pero a
él le gustaba, el mismo color de las paredes, la puerta vieja de la entrada, el
perfume, las mañas, la radio, la sonrisa, la forma de caminar, la risa, los
ojos, la mirada, nuevamente otro abrazo largo, el contacto, esa sonrisa de
nuevo, la puerta vieja de la entrada. La vuelta.
Era la fantasía de
ventanilla más probable que cualquier otra que hubiese pensado por meses.
Caminé unas cuadras hasta su casa, deseando que por realista no fuese la
realidad.
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