Cuando estas cosas le pasan a
una, una quiere pensar todas las
alternativas para no pensar lo que pensaría si no fuese una. Entonces todas las
amigas dicen lo que una diría si estuviese en el lugar de amiga. Y una
reacciona como esperaría que reaccione una amiga, que no la escucha cuando dice
la verdad sobre un tema, porque una, al ser amiga, es mínimamente más objetiva.
Todos sabemos, no, algunos sabemos
que la objetividad no existe. No hay manera de encontrarla, la subjetividad nos
rodea, y está adentro nuestro en una mochila imposible de quitarse. Pero cuando
las cosas no le pasan a una, o no tan de cerca, puede ser un poco más fría, un
poco más calculadora, perra o… inteligente, lo inteligente que deja de ser
cuando las cosas le pasan a una. Ahí, una es una tremenda pelotuda, que se
aferra a la última hoja que dejó el otoño. Sabe, porque realmente sabe, que la
hoja se va a caer como lo hizo todos los años, pero tiene la esperanza de que
esta hoja se quede en el árbol. Así, marrón, amarilla, no importa. Por más que
tenga todos los indicios de estar en las últimas, una le busca el color verde.
Y ahí vienen las demás, para
decir lo que una ya sabe pero no quiere entender, o no está lista para
comprender. No cuando se trata de su árbol favorito. Ahí la ceguera confunde.
Confunde pero no engaña totalmente. El engaño en sí… vale cuando una no sabe
nada, cuando una sospecha, ya es cómplice, ya busca y espera. Una sabe, pero
está llena de dudas, dudas mentirosas, porque una sabe las respuestas, se la
dicen las demás que las ven claramente porque no son una.
Mi hoja amarilla se ve saludable,
hay algunas hojas que no se caen en otoño, sobreviven al invierno y ven llegar
la primavera. Mi hoja puede ser esa ¿Por qué no? Porque soy la una, y quiero
creer en todas las alternativas que no creería si no fuese una.
La genia de Flopa, ilustrando temas...
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