Lo primero que recuerdo es el
frío y el agua helada que caía desde el cielo. Toda la caja estaba mojada y yo
ya no tenía ganas de maullar. No sé si estuve en la misma posición por horas o
minutos, sólo sé que no podía parar de temblar. En algún momento de la noche la
lluvia paró y a lo lejos se empezaron a escuchar unos pasos firmes y apurados.
Quizás era la única oportunidad que iba a tener. Hice todo el ruido del que fui
capaz y esperé, me quedé en silencio y los pasos también cesaron. Pero no
sentía que nadie se acercara a donde yo estaba.
Con desesperación volví a maullar
y a moverme todo lo que pude dentro de mi caja de cartón. Volví a parar. No
había ningún ruido en la calle, ni autos, ni lluvia, ni pasos. Sentí una llave
en una cerradura y el sonido una puerta que se abría. Mi miedo aumentó, escuché
un golpe y otra vez el silencio.
Clac, clac, clac, clac, claNNN. La
tormenta volvía a descargarse sobre mi caja y supe que ése era el final. Hubo
un ruido de una puerta abriéndose y pasos corriendo hacia donde yo estaba, de
repente me levantaron y me llevaron bajo techo.
Fue entonces cuando lo vi. Abrió
las tapas de la caja con delicadeza y con miedo me quedé duro hasta que la luz
de entrada del edificio me cegó. Sólo pude ver un pelo negro muy mojado, ojos
oscuros y una nariz ancha.
Lo siguiente que recuerdo fue el
calor. Pasé unos minutos en su campera y después intentó frotarme con algo
suave, pero cuando empezó a hacerse molesto, comencé a maullar. Me puso arriba
de algo seco, en la esquina más caliente de la habitación, cerca de una
llamita. Cuando dejé de tener frío, me empezó a doler la panza y me dio algo
blanco para tomar.
Me llevó con una mujer con
delantal para que me pinchara, me enseñó a hacer pis y me dejó dormir con él
cuando aprendí a no mojar su cama.
A veces estábamos los dos solos,
y a veces ella se quedaba con nosotros. No se me acercaba mucho porque empezaba
a hacer un ruido raro con la nariz y no paraba más. Después de un par de gritos
entendí que no tenía que pasar muy cerca de ella y él empezó a cerrar la puerta
de la habitación. Yo me quedaba solo en el sillón, con mi pelota de telgopor y
un pañuelo negro.
-¿Te hace muy mal
Felli?
-Es increíble que le
hayas puesto ese nombre.
-Es un gato, se tiene
que llamar Fellini.
-Sí, no sé, salgo de
acá y a las dos cuadras no paro de estornudar.
-¡Qué bajón! Bueno,
tomá, te estás por olvidar tu pañuelo negro.
-Gracias amor.
Dejó de venir.
Aprendí a subirme a la cama sin
ayuda. Cuando él llegaba a casa éramos nosotros dos solos y el departamento
todo mío. Dormíamos hasta el mediodía y nos acostábamos a las 4 de la mañana.
Él se la pasaba escribiendo cosas
y mirando una caja desde el sillón. Podía estar horas así, en la misma
posición, mirando a la gente de la caja moverse. Cuando se quedaba en negro
tocaba unos botones y volvía a tener colores y personas adentro. No entendía
cómo podía estar quieto durante tanto tiempo, por qué prefería estar sentado
mirando gente pasar y no sentir la necesidad de liberarlos. Sólo los escuchaba,
no hablaba con ninguno, a no ser que las personas en la caja estuvieran
pateando una pelota en un piso verde. Ahí gritaba mucho, pero nadie le
contestaba.
A veces se quedaba un rato
mirando y tocando una pantalla del tamaño de su mano, cada vez que sonaba, yo
intentaba agarrarla pero él no me dejaba. Era otra caja de personas que se
movían y le hablaban, pero cuando él decía algo, sí le podían contestar. ¿No
era más fácil rescatar a quien sea estuviese adentro y conversar frente a
frente?
Dormíamos juntos siempre, y si
estaba enfermo yo lo cuidaba.
Una noche llegó ella. Debí
haberlo sabido. Recibió un mensaje a la tarde y se puso a buscar ropa nueva,
fue al baño y cuando salió, con una toalla por la cintura y una sonrisa en la
cara, se puso a tararear una canción. Levantó las medias tiradas, agarró la
escoba y se enojó conmigo porque le tiré mi pelota donde estaba barriendo.
Sonó el celular, me acarició la
cabeza y me dijo que en un rato venía. Cuando abrieron la puerta me quedé en
una esquina, si la hacía estornudar quizás le arruinaba todo de nuevo.
Pero ella, no era ella, era otra ella.
Apenas me vio me saludó. Eso ya era extraño.
Él se fue a la cocina y ella dejó
sus cosas desparramadas por el sillón, se sentó en una silla y me miró
fijamente, llamándome con las manos.
-¡Es re lindo!
-Tené cuidado porque es
traicionero.
Me le acerqué despacio en zigzag
, no era cuestión de correr hacia la primer desconocida que me dijera algo
lindo. Él le alcanzó un vaso y volvió para la cocina.
No parecía una amenaza,
principalmente porque había casi siempre varios centímetros de distancia entre
ellos. Cuando se acomodaron para mirar juntos a las personas dentro de la caja,
me subí arriba de él y empecé a caminar y a frotarme contra sus manos.
Tímidamente ella también me empezó a acariciar y me sorprendió lo bien que me sentí. Después de dos minutos así, necesitaba morder algo, así que le dejé un
par de marcas y me hicieron bajar.
Cuando terminó la película, no
apretaron los botones para que las personas volvieran a aparecer sino que
apagaron la luz y empezaron a jugar. No
entiendo por qué se enojan conmigo cuando los muerdo, si ellos cuando juegan
también se muerden y se atacan. Se pelearon por todo el departamento, se
chocaron con las paredes y llegaron a la habitación. Yo que ya sabía subirme a
la cama desde hace unos meses intenté sumarme, pero él me tiró al piso cada vez
que lo intenté. Cuando el juego terminó,
prendieron la luz y ella se fue al baño,
después entró él y ella se acostó en mi lugar. Esta vez no me iba a pasar lo
mismo. Subí y la ataqué. Pero gritó, y él me echó de la pieza con una zapatilla
mientras cerraba la puerta.
No pude dormir en toda la noche,
tiré los libros que pude de los estantes y desparramé mi comida por todo el
piso. Otra vez me había dejado afuera.
Volvió a venir, una, dos, muchas
veces. Siempre que podía la atacaba, le saltaba encima o cuando estaba en mi
lugar de la cama nos mirábamos fijamente por minutos. Jugaba conmigo todo el
tiempo, me robaba la pelota y me acariciaba, pero en cuanto los rasguños le
empezaban a doler un poco me empujaba con un almohadón y se enojaba. Al rato
volvía y hacíamos lo mismo.
Nos quedábamos los tres
despiertos hasta las 4 de la mañana y nos levantábamos al mediodía. A veces
cuando todavía estaban las persianas bajas y el departamento a oscuras, ella se
levantaba y desayunaba mientras él dormía. Pero no estaba sola, yo me frotaba
entre sus piernas y la mordía un rato
hasta que se iba. Me decía chau y yo iba a ocupar mi lugar en la cama al
lado de él.
Venía todas las semanas, de
noche, de día, por un par de horas o por todo el día, bailaban por el todo el
departamento, cocinaban, cantaban y pasaban horas frente a la caja con personas
adentro. Jugaban a veces mucho, a veces un poco, pero nunca más cerraron la
puerta del dormitorio. Había un pacto, yo
no los molestaba mientras jugaban y ellos me dejaban dormir en el lugar
que quisiera. Funcionaba muy bien. A veces hasta dormía siestas pegado a las
piernas de ella.
Después de un tiempo empezó a
tardar más en venir y cuando lo hacía estaba por menos tiempo. Pero nunca
dejaba de jugar conmigo.
-Creo que no está funcionando.
-¿Vos… me querés?
No me acuerdo dónde quedó mi
pelotita. Los dejé en el comedor y me fui a buscarla a la pieza, cuando volví
ella se había ido y él estaba sentado en el sillón, prendiendo la caja.
-Vení, Felli, vení.
Subí a su lado y lo miré. Me empezó
a acariciar suavemente y me quiso levantar sobre sus piernas. Me quejé, no
tenía ganas, lo rasguñé y seguí buscando mi pelota, había perdido mi juguete
favorito.
Las próximas semanas empezaron a
venir varias ellas. Todas distintas.
La colorada venía los martes, la morocha de pelo largo algún que otro jueves, y
había una rubia con rulos que se reía muy fuerte y olía a perros que caía cada
tanto. Siempre que jugaban me cerraban la puerta, otra vez, la misma historia.
Como si no supiese ya cuáles son las reglas del juego.
Empezó a venir más seguido un
grupo de personas con las que él se pasaba despierto toda la madrugada abriendo
envases. Llovían las tapitas de chapa, mucho mejores que la vieja pelota de
telgopor que no hacía ruido.
Una noche no vino nadie, éramos
los dos solos de nuevo. Me habían robado las tapitas y seguía sin encontrar mi
pelota. Las persianas estaban entreabiertas y se veía una luz blanca. Era
demasiado temprano todavía para dormir pero él ya estaba en la cama. Me sentía
mal, hace tiempo que no jugaba con nadie.
Me subí y me acosté mirándolo, ese costado de la cama estaba frío. Fue
entonces cuando lo vi, tenía la cara mojada como el día que lo vi por primera
vez. Pero no entendí mucho por qué, si hace tiempo que no llovía.