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lunes, 24 de febrero de 2014

Daban sus labios Rocío y no bebí

Le pasó un mate lavado y mientras lo tomaba escuchó lo que ya sabía pero no quería oír. Cada palabra estaba dicha con la diplomacia del que sabe de política y caía con el peso de un martillo sobre un clavo. Ella hubiese hecho lo mismo en su lugar, también hubiese usado el mate como amortiguador y habría tratado de comparar la situación con algo salido de un apunte de sociales. Inclusive habría sido mucho más dura, pero cuando era ella misma la que estaba pasando por todo eso, las cosas se ponían un poco más dolorosas.

¿Puede alguien decirme "me voy a comer tu dolor"?

Es increíble a veces cómo las personas que nos conocen pueden descifrar en un par de horas y analizando algunas anécdotas todo lo que nosotros mismos tardamos meses en definir. Por ahí es una cuestión de experiencia, quizás la rubia que ceba estuvo en el mismo lugar del que la morocha quiere salir y no puede, o no quiere, sería más correcto decir.
Está ahí sentada, estancada hace casi un año en una historia que nunca fue y que claramente nunca va a suceder. Cierra puertas de a poquito, como si así doliera menos, pero la rubia la mira y le dice masoquista. La morocha se ríe y sabe que tiene razón.

Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.

Se despide con un abrazo y camina rápido por el lunes disfrazado de domingo, medio de noche, medio con frío. Cuando está sola termina de caerle todo, como si los martillazos no hubiesen sido suficientes, la verdad se balancea frente a la automentira, pero borra los fantasmas con las manos y se abraza a sí misma. No pierde tiempo en mirar hacia arriba, sabe que está todo cubierto y que la lluvia que pidió para el día anterior viene con retraso.

Fue por una lluvia que realmente moje (que pusiera fin a su aventura).


Gotas saladas otra vez, el amigo de siempre del otro lado de la pantalla y esa angustia tan conocida por fin la puede paralizar. Quizás por eso sea una experta en tapar agujeros con pulgares, apuntes, películas y actividades. No se puede hacer mucho cuando el cuerpo pide un descanso y la mente despejada empieza a librarse de tantas cargas autoimpuestas. La rubia le advirtió, hay mucho auto acá, todas trabas propias. El amigo se encarga de musicalizar su tristeza y le habla de tiempos mejores y peores, porque de amor, nadie se murió.

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