Hay gente que odia los lunes, me
encanta no ser ese tipo de personas. Lo odian desde que no es lunes, cuando
todavía es domingo a las 10 de la noche, y los más extremistas cuando es
domingo a las 6 de la tarde. Están en el sillón, deprimidos, mirando la
película de “fin de semana” en algún canal de televisión. Algunos prefieren la
del perro basquetbolista en Canal 13, otros el drama de la vida real en Telefé,
o sino siempre está la dramáticamente trágica (sí, así de redundante) en
I-Sat.
No creo que haya que otorgarle
responsabilidad a un día de la semana por ser el que arranca todo, e inclusive,
no creo que sea el que “arranque todo”. Prefiero pensar que estoy en constante
movimiento. Hay distintas teorías de por
qué la gente enfoca todas sus energías en odiar un día en particular, a mí me
gusta la de Dolina, creo que es totalmente cierta. Según él, el problema no
está en el lunes, sino en esperar que un milagro caiga del cielo en el fin de
semana, como si el sábado y el domingo tuvieran un don especial, una atracción
de cosas maravillosas. Un martes tiene las mismas posibilidades de que pase
algo especial. Es como esperar todo el año por
unas dos semanas en la segunda quincena de Enero. Está bien, viaje a la
costa, arena, playa, sol, pero son sólo dos semanas en 365 días. Si estoy 350
días pensando que en el único momento que voy a ser extremadamente feliz van a
ser 15 días, creo que muchas cosas perderían el sentido.
El lunes el facebook se llena de
frases y fotos anti-lunes, como si la red social se convirtiera en el desahogo popular. Bueno, más que de costumbre.
-Odio a mi gato.
-Yo odio a mi perro, cuando
vuelvo está en la misma posición en la que lo dejé.
Conversaciones de ese estilo
llenan los whatsapp, muros y conversaciones escuchadas al pasar, apretujada en
un bondi, aplastada entre caras cansadas. Son las mismas de siempre, pero un
lunes, a nadie se le escapa una sonrisa ni por casualidad.
Mirándolo desde afuera da la
sensación de que la semana de las personas tiene un ritmo distinto a la mía
(definitivamente es así). Los lunes putean, se retuercen y apagan el
despertador con bronca. Me imagino que el señor con camisa rosa que mira por la
ventana del 17 se levantó muy temprano, se puso primero las medias (seguro es
de los que odian dormir con medias), después el pantalón de vestir y la camisa blanca
que la mujer le planchó la noche anterior, y como se la manchó con el café del
desayuno, tuvo que ponerse esa camisa rosa.
El pibe de los auriculares
enormes no se afeitó, piensa que es sexy. Duerme con medias y con la misma
remera que tiene puesta, se tiró desodorante encima y salió. Ni se peinó, o
quizás estuvo unos 15 minutos en el espejo intentando producir un look
descuidado, para que cualquiera que lo mirara pensara que es cool, despreocupado y quizás
interesante. Falló.
La minitah de tacos ridículamente altos se planchó el pelo temprano y
se pintó, pero todavía no desayunó (no hay tiempo para todo un lunes a la
mañana). No me termino de decidir si va a una universidad privada (¿quién está
estereotipando?) o a una oficina en Puerto Madero. Chusmea el facebook por el
Smartphone. No entiendo bien por qué la gente entra a una red social a las 7.30
a.m, cuando todavía tiene lagañas en los ojos, y le saca fotos al café que no
va a llegar a tomar entero, para que
otro ser humano desde el bondi lo vea, le ponga un me gusta y le diga “que
ricoo”.
Con el aluvión de “teléfonos
inteligentes”, la gente empezó a compartir capuccinos de Starbucks, cuartos de
libra, cenas románticas y más tarde siguió por churrascos milagrosos y cafés en
tazas de Hello Kitty. Me pregunto cuándo van a empezar a compartir la cantidad
de veces que van al baño, y cuándo vamos a dejar de pensar que eso es
desagradable para sumarle un “like”. Miden si la publicación es exitosa cuando
pasa más de 20 manitos arriba y el ego gana una palmada en su espalda invisible.
Ya pueden empezar su día.
Diría que el que está en el
último asiento es un hipster, pero me
avergüenza un poco estar etiquetando tanto a estas horas. Tiene unos Ray Ban, jeans chupin, un saco azul
que podría haber sido de mi abuela, una camisa cuadrillé como un leñador de
películas yanquis, barba medio recortada, y mira por la ventana cantando
mentalmente algún tema de una banda que
no conozco. Está perfecto para una foto.
En el asiento de adelante está
sentada una señora con cara de enojada. Hace un tiempo llegué a la conclusión
de que hay distintos tipos de personas, teniendo en cuenta la cara que tienen cuando
se levantan. Están los caracúlicos, a los que no les querés dirigir la palabra
por miedo a que te peguen o te gruñan. Te da la sensación de que duermen al
lado de una planta de mierda y cuando se levantan ya tienen el gesto tan
asimilado que tardan en despegarse de él. Parece que la señora es el caso. Eso,
o está pensando en cómo matar al bebé que llora adelante, pero no creo, según
la nota periodística ultraconfirmada de una revista de chimentos dice que todas
las mujeres nacemos con instinto materno.
Después están los ojos de compota, esas personas que tienen los
ojos a semi despegar durante una o más horas. Son personajes que tienen el
cuerpo y la mente muy disociados, y
pueden caminar, trabajar o ir a la facultad con el cerebro desconectado,
o más que eso. Pareciera que la masa encefálica está en reposo, en una
palangana con agua, mientras el cuerpo está en algún lugar de la ciudad
haciendo lo que puede, intentando que nadie se de cuenta que salió solo,
haciéndole la segunda al cerebro que no puede más y se quedó en casa tratando
de regenerarse.
Después están los relámpago, esas
pocas personas en el mundo que cuando suena el despertador ya están
desayunando, sea verano, invierno, otoño o primavera. No importa, en otra vida
fueron gallos, malditos.
Y después vengo yo, que soy una combinación de todos ellos:
30% caracúlica, 60% ojos de compota y 10% relámpago.
Ya dije que es lunes y que es
temprano, me faltó un dato no menor para entender el mal humor de mis
momentáneos compañeros de transporte: llueve mucho. A diferencia del lunes, la
lluvia tiene más adeptos, pero ninguno en este bondi. La minitah mira por la ventanilla y se da cuenta que perdió tiempo
planchándose el pelo, mientras podría haber desayunado. Cuando se baje y se
moje un poco, la humedad va a hacer lo suyo. El de pantalón de vestir tiene un
paraguas pero le tiene miedo a alguna baldosa floja que pueda llegar a pisar.
El hipster está tranquilo, mientras no se moje el Ipad no va a pasar nada, y la
señora que está sentada delante de él sostiene con firmeza la ventanilla para
que no entre ni un milímetro de agua. Conclusión, el panorama es desalentador,
y se le suma un aire viciado de mala onda y humedad.
Por suerte no estoy viajando en
el 17 a las 7.30 a.m. No fue a esa hora
cuando me crucé con minitah, pantalón
de vestir, hipster y señora anti
bebés llorones. Mentí un poco, perdón. Abrí mis ojos de compota a eso de las 9 de la mañana con gotas de lluvia en la
cara. Hoy no me sentía relámpago, pero tampoco caracúlica. Estaba sonando el
celular, pero no era el despertador. Era el ringtone de los mensajes, el
silbido de Elle Driver vestida de enfermera sexy, con un parche blanco en el
ojo a punto de matar a La Novia. Era
Noelia, a punto de matarme a mí por no devolverle el paraguas hace casi un año.
Extrañamente y por ser de esos artículos con una función específica, sólo se
recuerdan cuando son estrictamente necesarios, es decir, cada vez que llueve.
-Tenés mi paraguas, hoy
llueve.
-Ya está lloviendo.
-Pero a la tarde va a
llover más.
-Bueno, a la tarde te
lo llevo a tu casa.
-No vas a venir, seguro
vas al cine.
-También, pero lo
agarro y me bajo en tu casa cuando salgo.
-No confío. Ya es tuyo
igual casi. Te mando para joderte, y para recordarme que me tengo que comprar
uno. Que chorra que sos.
Y si, lo soy, pero más
que nada por colgada. Tengo ese paraguas hace 11 meses, y encima cuando llueve
lo uso (¿sino cuál sería la utilidad de un paraguas ajeno?), pero nunca, NUNCA
lo devuelvo. Mi amiga vive a 8 cuadras de casa, y obviamente en estos 11 meses
la vi mucho, fui a la casa varias veces. Debería comprarme uno, pero comprarse
un paraguas es una gran responsabilidad. Hay que elegir muy bien, es casi un deber social. No hablo sólo de
evitar los descartables, esos que aguantan sólo una lluvia finita y en el
primer chaparrón verdadero se rompen en mil pedazos. Estoy hablando de los
colores. El de mi amiga es negro, mango negro, todo negro. La gente no piensa
mucho cuando compra un paraguas (igual del de mi amiga no me quejo, es negro
pero se bancó un año de lluvias).
Después cuando llueve no quieren deprimirse, ¿Cómo no van a bajonearse si ven
por la calle una manada de seres envueltos en pilotos oscuros, botas de lluvia
grises y paraguas negros? Y si a eso le sumás que es lunes, ya está, suicidio
colectivo, quizás no físico pero si mental. Son todos zombies quejándose, repitiendo
oraciones que tienen de eje central a la lluvia, a la humedad y al lunes.
No le contesté el
último mensaje a Noe, no iba a admitir que hace meses estaba buscando en las
vidrieras un paraguas colorido que no pareciera hawaiano, pero que tampoco se
me fuera volando como el último que tuve. Me había escrito que iba a llover,
pero sólo habían caído un par de gotas cuando salí de casa, y como había dicho
anteriormente, los paraguas son esa clase de objetos, que sólo los recordás
cuando son necesarios. Me acordé cuando estaba en el bondi y un par de gotas empezaron a entrar
por la ventanilla que cerró bruscamente la señora anti bebés llorones. Miré al
de pantalón de vestir que tenía un paraguas negro, de esos grandes
superfuertes, escurriéndose en el piso de goma, a dos pasos mío. Espero que no
pise una baldosa floja antes de llegar a donde sea que esté yendo, con cargar
ese muerto todo el día ya es suficiente castigo. Apenas llegué al cine se largó
una tormenta tremenda, de esas que salen en las noticias de “relleno” de algún
noticiero. Cuando mandan a un movilero a mojarse y a preguntarle a la gente si
la lluvia los sorprendió o esas boludeces. Y si, si están empapados creo que
los sorprendió. El pronóstico tiene casi tan poca credibilidad como el INDEC.
Por más que sea poco
creíble, hay bastante gente que va al cine un lunes. Quizás sea de esas
circunstancias en las que todas las personas se ponen de acuerdo en pensar que
“nadie debe ir al cine un lunes, vayamos así está vacío”, que es muy similar a
“todo el mundo va a ir a la costa el viernes, mejor vayamos el jueves” y el
embotellamiento pasa igual, porque la brillante idea se esparce como un virus.
Así que… estoy encerrada en el cine, mirando el cartel de la película que vine
a ver, tratando de imaginarme cómo puede llegar a terminar, porque
sorprendentemente no hay más entradas. Me lo merezco por ladrona de paraguas.
Leí una pequeña
sinopsis online, pero no miré el trailer. No los miro más. Está bien que pongan
las mejores escenas, pero no todas
las mejores escenas, o lo que es casi tan deprimente, te muestran el desenlace,
le sumás dos gramos de imaginación y ni tenés que ver la película. Parece ser
una especie de comedia dramática con tinte existencialista, esas que se parecen
a la vida de uno, donde te das cuenta que si te caga una paloma antes de entrar
a una entrevista de trabajo, en realidad es un bajón, pero es una anécdota
genial, y si nos ponemos filosóficos significaría que es mejor no entrar a ese
edificio nunca. Hay un él y un ella, pero no se tocan, eso ya indica algo. Sus sonrisas
están cortadas a la mitad por una franja negra que corta verticalmente toda la
gráfica. Ahí está el nombre de la película y comentarios favorables con
estrellitas que indican un muy buen nivel por la crítica. Las fotos son en
blanco y negro menos los ojos, los de él celestes y los de ella verdes. La
tipografía es muy distinta a cualquier otra que haya visto, como si hubiesen
usado tiza de colores para escribir. Tiza amarilla. Primer plano con hombros
ella, casi un plano pecho él. Me habían
dado ganas de darle una oportunidad a Bradley Cooper.
-Dicen que es buena.
Miro hacia la izquierda, un chico
de mi edad me está hablando, digo de mi edad porque parece 23-24-25, pero soy
tan mala con eso que podría tener 29 y ser lo mismo. Siempre me parece raro
cuando un extraño le habla a otro en la ciudad (si no es para quejarse del
gobierno, del clima, de otros extraños presentes o de la inseguridad).
Dependiendo de la segunda frase que diga, sabré si está violando mi espacio
personal o si me parece lo suficientemente interesante como para continuarle la
charla al pasar.
-¿Quién dice?
-Los críticos… de una revista que leí.
-No le creo mucho a los críticos, muchas veces venden
una película en vez de hacer una crítica real.
-Mmm
Quizás había sido demasiado dura con mi pobre extraño
amigable. Le miré de reojo un lindo lunar en el cuello.
-Igual parece que si querían venderla lo
consiguieron, ya no hay más entradas.
-¿Querías verla?
-Sí, me llamó la atención la tipografía del cartel
en internet.
-¿Ibas a ver una película porque te llamó la
atención la tipografía?
-Vos decís que es buena
porque lo dijeron unas personas que trabajan para una revista, que seguramente
les pagaron para hacerles publicidad, a mí me llamó la atención la
tipografía.
-Somos presas del
marketing.
No pude evitar sonreír.
- Y entonces ¿Cuál
vas a ver?
-Ninguna creo, ya vi todas las que están acá.
-Ah, venís seguido entonces.
-Sí, todos los lunes.
-¿Viniste sola?
-Sí.
Se produjo un silencio incómodo
que me marcó la puerta de salida. Quizás mi extraño amigable es de los que
piensan que ir al cine sola es signo de soledad o looserismo. De repente su lunar en el cuello me caía mal.
-Nunca vine al cine solo, ¿Está bueno?
(O quizás no)
-Sí, está bueno. Es
como que… te predispones distinto, la ves desde otro lugar. Hay mucha gente que
no se anima a salir sola a lugares públicos, se sienten como descolocados.
-Es que yo creo que hay
personas que no les gusta estar un rato con ellos mismos.
(Definitivamente el lunar me
parecía mucho más simpático ahora).
-¡Tal cual! Es como que no se
bancan, necesitan un ruido constante alrededor para no escucharse a ellos
mismos.
(Creo que me fui al carajo, uno
nunca le dice a un extraño lo que verdaderamente piensa).
-Tal cual, mirá, me sobra una entrada. No te vas a
quedar sin película.
Sacó la billetera del bolsillo
trasero del pantalón y la abrió, adentro había dos entradas para la función que
iba a empezar en unos minutos. Me dio una.
-Tomá.
-¿Te cancelaron a
último momento?
-Algo así.
-Uh, ¡Que genial!
Gracias, te doy la plata.
-No, dejá, fue un 2x1.
-Ah.
-No son numeradas así
que no tenés que sentarte al lado mío, digo, por eso de que te gusta ir al cine
sola.
-Ah, pero…
-Jaja no pasa nada, me
voy al baño, está por empezar.
Me quedé dura en el mismo lugar
por un par de segundos mientras él se daba vuelta y se iba al baño. Mi cerebro salió
de la palangana y corrió a toda velocidad por la 9 de Julio, rebotando sobre
edificios y bondis, chorreando agua a su paso. Llegó al cine, cruzó la puerta,
me golpeó muy fuerte y se acomodó adentro de mi cráneo; un extraño no sólo había
bancado mi teoría de que en realidad, los que vamos al cine solos somos
personas que no nos da miedo estar con nosotros mismos un rato, sino que además
me había regalado una entrada.
Lo más correcto hubiese sido comprarle
aunque sea unos pochoclos, pero no parecía una película exactamente pochoclera,
iba a quedar totalmente fuera de lugar, además ¿Y si le compro dulces y le
gustan salados? Sí, ya sé, nadie que merezca vivir le gustan los pochoclos salados,
pero existe la posibilidad de que sea uno de esos seres especiales.
Siento que estoy en una comedia,
todavía no entiendo bien si es romántica o solamente comedia. Creo que llegué
tarde y me perdí la introducción, quizás
al mejor estilo 500 days of summer había alguien advirtiendo: “esta no es una
historia de amor, es una historia acerca del amor”. Me miré al espejo en el
baño y me di cuenta de la realidad, no puedo creer que Noelia me dejara
cortarme el pelo tipo Amélie. En el momento en que un desconocido tiene un
gesto lindo te dan ganas de repente de ser un poco más minitah y menos caracúlica en la vida.
Cuando salí del baño entré a la
sala y lo busqué con la mirada, estaba sentado en el medio y no había nadie al
lado suyo.
-Ei, te sentaste al
lado mío.
-Estuve pensando que
prácticamente sos un desconocido, así que sentarme al lado tuyo es como venir
sola.
Uh, no sonó tan bien.
Definitivamente esto es una comedia.
-Okei.
-Sonó medio mal.
-Jaja no importa,
entendí. Voy a practicar eso de venir solo yo también, así que está bueno. Es
como que vine solo, pero me quedé charlando con alguien en la puerta que de
casualidad se sentó al lado mío.
-Perfecto.
Siempre me quedo para ver los
títulos y escuchar la banda sonora, algunas personas se quedan y otras se van
apenas funde a negro. Cuando la película estaba por terminar mi amigable desconocido
recibió un par de llamadas que cortó enseguida, así que apenas terminó se
levantó, me saludó con la mano y se fue. Cuando salí la lluvia había vuelto a
empeorar y las personas corrían de un lado para el otro, o se refugiaban
adentro del cine. Él estaba hablando por teléfono apoyado en una puerta,
mirando las gotas golpearse contra el vidrio. Tenía esa cara de haber estado
discutiendo, cuando las cejas se juntan y la boca se frunce.
-¿Está todo bien?
Creo que no debería haber
preguntado eso. Parecía ese momento personal donde los desconocidos no hacen preguntas…
-Acá andamos, estuvo linda
la peli.
-Sí, muy. Los críticos
tenían razón esta vez.
-¿Viste? Jaja
Miró para abajo, era
evidente que estaba en otro lado.
-La persona para la que
sacaste mi entrada se perdió una gran película.
Creo que si hasta ahora
no tuve filtro, con esto derrapé.
-Totalmente.
-Es una gran tormenta, no va a
parar hasta la noche.
Escuché que una señora decía por
teléfono. Me puse la capucha, lo saludé con la mano y abrí la puerta de vidrio.
-¿Te vas? Está
lloviendo.
-Sí, no estoy tan lejos
de la parada, una vez que me moje no pasa nada.
-Sí, chicos si se pueden ir ahora mejor porque después viene
granizo, dijeron por la tele.
La señora había cortado su llamada y ahora nos hablaba a
nosotros.
-¿Por qué no le das tu paraguas, nene?
Dijo su línea y se fue, típico de comedia.
-Por más que tengas la
parada cerca, hacés dos pasos y te empapás, olvidate.
-Mejor, aclara las
ideas.
-¿Quién dice?
-Los críticos.
-Andá.
-¿Vos para dónde vas?
-Para allá, ¿vos?
-Para el otro lado. Te
propongo algo que te va a poner de buen humor.
-¿A ver?
-Mirá, salimos los dos
a la puerta y corremos para el lado que cada uno tiene que ir, no vale usar
paraguas. Si funciona, te das vuelta y me levantás la mano.
-¿Y si no?
-Va a funcionar.
Salimos del cine y nos
paramos debajo de la lluvia achinando los ojos.
-1, 2, 3!!
Corrí hacia la derecha
y él hacia la izquierda. Me empecé a reír, y cuando llegué a la esquina me di
vuelta, no tenía aire y estaba toda empapada, como si me hubiesen tirado baldes
de agua. Lo distinguí a unos metros, se estaba riendo y me levantaba la mano.