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lunes, 10 de junio de 2013

Finales felices

Me gusta pensar que los finales felices son historias sin terminar, así quizás los finales no felices también son historias sin terminar.
Escribí capaz y lo borré. Me dijeron que está mal dicho, y ya casi no lo digo. Como cuando me enseñaron que no tenía que morderme las uñas.

-¿Sabías que capaz está mal dicho?
-Sí
-¿Y por qué lo decís?
-A propósito.
-Me parece que de bestia.

Dejé de decirlo, a veces me olvido, poquitas veces. A veces también me como las uñas, poquitas veces.
No me caen tan bien las películas con finales felices, si lo pensamos… es cortar una historia por la parte más linda, cuando los dos todavía se gustan, todavía se aman, todavía no se desgastaron entre sí. Es como que yo cortara mi historia antes de terminarla, en un pasillo oscuro, en un viaje en tren, en un verano eterno. Así mi historia no tan feliz, sería muy feliz.
Pero las historias siguen, las historias reales. Y acá es cuando me como las uñas de nuevo.
Medianeras termina cuando los dos protagonistas se conocen. Creo que es el mejor momento para cortar una historia, el principio. Sabemos que va a venir la seducción, los nervios, las miradas, las risas. 

Podría terminar mi película así:
Ella no para de sonreír, no sabe si por nervios o por la cerveza. Como si la conociera, él sabe que tiene que desestructurarla para poder acercarse. Con arrimarse un poco basta, si hay química, el resto se va a dar solo. Tiene experiencia en abrirse paso.
Charlan un par de horas, sentados, mientras los vasos se llenan y vacían constantemente. Hablan de esas cosas que se dice la gente cuando no se conoce muy bien, cuando se raspa la superficie. Son excusas más para poder observarse que para conocerse. No interesan tanto las últimas materias que metió en la facultad ni en dónde trabajó por tres años, llama más la atención cómo se mueve, cómo mira y qué tan fuerte se ríe.
Cuando ninguno de los dos puede tomar más nada y el bar cierra, se levantan y empiezan a caminar sin rumbo, como a quien no le importa para dónde va.
Sin quererlo, o queriéndolo, cada vez caminan más cerca el uno del otro, quizás buscando alguna especie de contacto.
De repente ella descubre que está mareada, y lo dice en voz alta, como si eso fuera a cambiar las cosas. Ambos se detienen y antes de que se den cuenta, sus rostros están a menos de un centímetro de distancia. Sus labios la besan, una, dos, tres, muchas veces. Esos besos que hacen perder la noción del tiempo, interminables. Van variando el ritmo, aceleran y frenan a una velocidad impresionante. Se besan con todo el cuerpo, se acarician y se sienten. Al lado de besos como esos, cualquier palabra carece de valor.
Abren los ojos y observan que el cielo empieza a aclarar.  Los besos se transforman en sonrisas, pero la magia no se rompe.
Él la acompaña a la parada, sabe que ella lo está haciendo caminar de más, pero no le interesa. Disfruta de su voz y de su risa nerviosa, de esos minutos de más.
La abraza, le corre el pelo y le besa el cuello suavemente. Así se quedan quietos, cuerpo con cuerpo, hasta la despedida.

Esa mañana los dos se acuestan contentos, con una sonrisa, sabiendo que algo lindo había pasado.

Ésta película me encanta. Nadie necesita saber qué pasó al otro día, no importa tanto.


Necesitamos estos finales felices casi tanto como respirar, no me digas que no, porque sé que mentís. Todos queremos congelar el tiempo en un punto, en una tarde de sol, cuando había algo que no sabíamos, o cuando todavía no nos habíamos embarrado hasta el cuello.

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