Me gusta pensar que los
finales felices son historias sin terminar, así quizás los finales no felices
también son historias sin terminar.
Escribí capaz y lo
borré. Me dijeron que está mal dicho, y ya casi no lo digo. Como cuando me
enseñaron que no tenía que morderme las uñas.
-¿Sabías que capaz está
mal dicho?
-Sí
-¿Y por qué lo decís?
-A propósito.
-Me parece que de
bestia.
Dejé de
decirlo, a veces me olvido, poquitas veces. A veces también me como las uñas, poquitas
veces.
No me caen tan bien las
películas con finales felices, si lo pensamos… es cortar una historia por la
parte más linda, cuando los dos todavía se gustan, todavía se aman, todavía no
se desgastaron entre sí. Es como que yo cortara mi historia antes de
terminarla, en un pasillo oscuro, en un viaje en tren, en un verano eterno. Así
mi historia no tan feliz, sería muy feliz.
Pero las historias
siguen, las historias reales. Y acá es cuando me como las uñas de nuevo.
Medianeras termina
cuando los dos protagonistas se conocen. Creo que es el mejor momento para
cortar una historia, el principio. Sabemos que va a venir la seducción, los
nervios, las miradas, las risas.
Podría terminar mi
película así:
Ella no para de sonreír,
no sabe si por nervios o por la cerveza. Como si la conociera, él sabe que tiene
que desestructurarla para poder acercarse. Con arrimarse un poco basta, si hay
química, el resto se va a dar solo. Tiene experiencia en abrirse paso.
Charlan un par de
horas, sentados, mientras los vasos se llenan y vacían constantemente. Hablan
de esas cosas que se dice la gente cuando no se conoce muy bien, cuando se
raspa la superficie. Son excusas más para poder observarse que para conocerse. No
interesan tanto las últimas materias que metió en la facultad ni en dónde
trabajó por tres años, llama más la atención cómo se mueve, cómo mira y qué tan
fuerte se ríe.
Cuando ninguno de los
dos puede tomar más nada y el bar cierra, se levantan y empiezan a caminar sin
rumbo, como a quien no le importa para dónde va.
Sin quererlo, o
queriéndolo, cada vez caminan más cerca el uno del otro, quizás buscando alguna
especie de contacto.
De repente ella
descubre que está mareada, y lo dice en voz alta, como si eso fuera a cambiar
las cosas. Ambos se detienen y antes de que se den cuenta, sus rostros están a
menos de un centímetro de distancia. Sus labios la besan, una, dos, tres,
muchas veces. Esos besos que hacen perder la noción del tiempo, interminables. Van
variando el ritmo, aceleran y frenan a una velocidad impresionante. Se besan
con todo el cuerpo, se acarician y se sienten. Al lado de besos como esos,
cualquier palabra carece de valor.
Abren los ojos y
observan que el cielo empieza a aclarar. Los besos se transforman en sonrisas, pero la
magia no se rompe.
Él la acompaña a la
parada, sabe que ella lo está haciendo caminar de más, pero no le interesa.
Disfruta de su voz y de su risa nerviosa, de esos minutos de más.
La abraza, le corre el
pelo y le besa el cuello suavemente. Así se quedan quietos, cuerpo con cuerpo,
hasta la despedida.
Esa mañana los dos se acuestan contentos,
con una sonrisa, sabiendo que algo lindo había pasado.
Ésta película me
encanta. Nadie necesita saber qué pasó al otro día, no importa tanto.
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