Estoy en contra de pedir
rescatistas para nuestras vidas. Deberíamos todos tener un kit de supervivencia
que incluyera abrazos, escapes, besos y colores. Pedir rescate es como sentarse
a esperar. Me hace acordar a las princesas de los cuentos de hadas, que esperan
pacientes en su torre, leyendo historias de otras princesas como ellas que ya
fueron rescatadas. Sería como que nosotras nos quedáramos sentadas leyendo la
Cosmopolitan. Mismo conflicto, pero en la vida real.
Estoy en contra de pedir rescate
porque es darle demasiada responsabilidad a otro, a otro que encima, ni
siquiera conocemos, y que también debe andar necesitando que lo rescaten.
Porque los cuentos de hadas ya
entraron al siglo XXI y a la igualdad entre los sexos. Ahora ellos usan el pelo
largo bien planchado o escondido en un rodete. Por ahí piensan tirarlo por la
torre para que alguna lo escale. No, es más de lo mismo, gente rescatando
gente. Es igual de enfermante.
Pero admito que hay muchas veces
que me gustaría escapar por ahí, que alguien me lleve a conocer lugares y hablar del último estreno. Charlar de lo
puta y linda que es la vida y olvidarme de todo con una sonrisa. A veces no
importa mucho qué tan puto sea nuestro día a día, si mientras te están pegando
recordás esa sonrisa, ese aroma y esos labios.
Es un cliché de los libros de
autoayuda afirmar que nuestros rescatistas somos nosotros mismos, que podemos
salir adelante, que somos lindos e inteligentes. Y como soy re autosuficiente,
te diría lo mismo. Lo haría más elegante, lindo y romántico, pero andate a la
puta que te parió. Hoy, 6 de Junio del 2013 necesito fervientemente que me
rescates por un rato. Hoy, te digo que me gustaría mucho hablar del último estreno, de lo puta y linda que es la vida,
y que me regalaras varios besos.
Ahora te lo estoy confesando,
pero cuando mañana me despierte, voy a negarlo. Porque soy muy autosuficiente y
porque me caen mal las minas que se sientan a leer la Cosmopolitan.
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