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sábado, 29 de junio de 2013

Hola, qué tal? Les presento a mis fantasmas

Quizás sea estrés. Lo único que sabe  y está absolutamente segura, es que la falta de aire está en su cabeza. Sino no tendría sentido, todos estarían asustados. Pero de entre todos los corazones presentes, el único que empieza a latir con desesperada fuerza es el de ella, el único pecho que se encoge es el de ella y la única garganta que se cierra es la de ella. No puede estar más ahí, siente las manos frías, pero aún así no sabe si tiene calor o está congelada.
Está muy segura que sólo ella se está sintiendo mal, porque los mira de reojo y cada uno está en la suya, sonriendo y charlando sobre temas que no llega a entender. Las frases le llegan deformadas, y las risas parecen tenebrosas, como si sonaran desde lejos en un desierto sofocante, y ella estuviera encerrada en una caja muy pequeña debajo del sol.
Está tan comprimida en ese espacio, que siente como si le aplastaran el cuerpo con una máquina prensadora, tiene tanta gente a su alrededor, que siente que está sola.
Respira muy despacio, pensando inocentemente que así el aire va a durarle más, que no va a empezar a llorar, y que no va a vomitar el corazón. Cualquiera de esas situaciones no son opciones para ella, no puede permitirse tanta debilidad entre casi desconocidos, o conocidos que desearía que fueran desconocidos. Así por lo menos podría empezar a gritar sin sentirse mal al día siguiente, no se vería bien que le agarrara un ataque en ese momento. Tratando de mantener la calma, sigue respirando despacio.
Las puertas están por cerrarse y el corazón se le va a salir por la boca en cuestión de segundos, es ahora o nunca.

-Me quiero bajar
-¿Qué te pasa?
-No puedo respirar, no hay aire acá, somos muchos.
-Es un viaje corto, dale.
-Me quiero bajar, me siento mal.
-Es un viaje dale, estamos en invierno, te vas a cagar de frío.
-Me estoy ahogando, prefiero esperar un bondi.

Definitivamente ese fue el peor cumpleaños de su vida. Una sucesión de eventos desafortunados, mala música, un par de reproches, y una claustrofobia de regalo. No llegó a ser un ataque, nunca los tuvo. Podrían decir, quienes verdaderamente no pueden subirse a un ascensor, que la chica es una claustrofóbica trucha. Pero eso no quita que ese momento haya sido una pesadilla, y tampoco hace desaparecer los miedos que le surgen cuando se encuentra en lugares herméticamente cerrados.
Ella sabe que está todo en la cabeza, que no es un dolor provocado por un golpe, que no hay moretón ni cicatriz y que no hay un real peligro a quedarse sin aire en un subte, un colectivo o un tren. Pero aún así no puede evitar sentirse mal. No es todo el tiempo ni en todos sus viajes, no es cada vez que sube a un ascensor. Pero ahí está, a la espera.
Y es una de las tantas razones por las que a veces se pregunta si no debería ver algún psicólogo, quizás sería agradable que su corazón dejara de darle latigazos cuando las puertas del tren se cierran. Pero por algún motivo se resiste. Piensa en eso cada vez que se siente mal, cuando se da cuenta que le asusta algo que es imperceptible para las demás personas, pero finge olvidarse del tema el resto de las veces.
Consiguió un trabajo nuevo que está en un segundo piso. El edificio tiene dos ascensores muy pequeños, esos grises herméticos con espejos amplios, tan aterradores. Entran cuatro personas de contextura mediana y cada vez que sube en uno, respira hondo varias veces, mirando por qué piso se encuentra.

Piso dos.
Por fin termina el día laboral, la cabeza le explota de nuevo, le está costando acostumbrarse a la nueva rutina. Sube al ascensor del terror y trata de  entender de qué está hablando su compañera de rulos. Esa chica que salió de Mcdonalds hace poco y vive en Barracas. La que está haciendo el CBC para derecho y le cae tan bien.

Piso uno.  
-¿Te sentís bien Ro?
-Me duele mucho la cabeza, fue un día larguísimo. Semana difícil.
-Sí, yo también. Me fui a final en ciencias políticas.

¿Por qué bajaba en ascensor? Técnicamente no es mucho más rápido que bajar por las escaleras, y seguramente es menos molesto.

Planta baja.

Pero de alguna manera quiere sentir que está afrontando algo que le hace mal, y que le gana, todos los días. En dos semanas se va a cumplir un año del día que le empezó a tener miedo a los lugares cerrados, del peor cumpleaños de su vida. Pero se siente confiada, este año es mucho mejor que el anterior, se siente muy feliz, y si pasa mucho tiempo en ese trabajo, quizás se acostumbre al ascensor hermético.



Les presento a FLOPA, una genia, pido prestado su dibujito, que caracteriza muy bien el texto que me hicieron escribir y que no quise hacer, pero al final me gustó.

viernes, 28 de junio de 2013

Antes del amanecer


"Si de verdad existe alguna clase de dios, no debe estar en nosotros, ni en vos ni en mí, pero quizás en un pequeño hueco entre nosotros. Si existe alguna magia en este mundo, debe estar en el intento de comprender a alguien al compartir algo."

Sensación hermosa.

sábado, 22 de junio de 2013

A la espera de noches mejores




Ella era feliz, excepto unos minutos antes de irse a dormir, cuando se acordaba de sus abrazos y le daban muchas ganas de estar en otro lugar. Entonces lloraba un poquito, lo odiaba un poquito más por no estar ahí o a ella misma por no estar allá, y se dormía, mezclando sueños de amor con autopromesas de noches mejores.



Me gustan tus letras, pero no puedo escuchar tus melodías.

"Esto es un tema para el blog"


-Me dijo de salir, pero es amigo de Lucas.
-¿Y te copa?
-Sí, pero otra cosa… tiene novia, hace como 4 años. Si salimos no va a pasar nada…
-Pasame el face de la  novia.
-Tomá.
-Uuu, es un hijo de puta. Le publicó el tema de Manu Chau, “Me quedo contigo”.

Estas cosas me violentan, mucho, muchísimo. Será porque fui cornuda, será porque vi a otras ser cornudas, no sé. Debe estar íntimamente relacionado con mi fobia a los títulos, “novia”, “novio”, “mujer”, “marido”. Títulos que van pegados casi siempre al posesivo “mi” y hacen todo más feo. Si se tratara solamente de un posesivo, quizás no hubiese mucho problema, pero las palabras indican cosas, mambos de personalidad muy fuertes. Muy pocos entienden que el “mi” es de fantasía, que no significa nada, que no somos de nadie y nunca vamos a serlo, porque apenas somos nuestros.
Y hay enamorados por ahí diciendo con felicidad “sí, soy tuyo/a mi amor”. Mentira. Después los que se la creen entera, sienten que tienen derecho a llamar a toda hora, a mensajear constantemente, a arruinar las salidas y a exigir la presencia. Porque en algún punto es eso, la oficialidad es marcar tarjeta. Cuando se marca sin darse cuenta y con ganas, es genial, cuando se siente igual marcar esa tarjeta que ir a trabajar, estamos frente a una crisis, de esas que es mejor terminar rápido.

-El sexo va y viene, el cariño es lo que formaliza y hace las cosas serias…
-Es interesante lo que decís, pensé que “lo serio” eran formalidades solamente.
-Eso es burocracia.

Prefiero hablar de sentimientos antes que de títulos, los títulos te los pone alguien, los sentimientos van apareciendo solos, no se controlan y brotan, como las plantas entre las baldosas descoloridas del patio. Hablar de sentimientos es mucho más sencillo (aunque no menos doloroso). O están o no están, no pueden dibujarse, no por mucho tiempo. Los sentimientos no incluyen contratos, ni promesas incumplibles de eternidades indeseables. Los sentimientos pertenecen al hoy, viven más el presente que nosotros mismos.

-¿Qué somos? ¿Amigos?
-A mis amigos no los beso.

Esa pregunta insoportable. Esa necesidad de definir. Definir algo que todavía no tiene forma. Así podrían definirse los sentimientos, para los amantes de las definiciones de lo indefinible: los sentimientos podrían ser una masa no muy uniforme, que tambalea para todos lados, no busca espacio, no está pidiendo ni siquiera obtener una forma determinada, la masa es feliz así como está. Los apurados son otros, que por definirla, la rompen, la aceleran, la apuran. Nada se cocina muy bien cuando lo apurás, a veces está crudo por dentro, y a veces te das cuenta que le faltó el ingrediente principal.

-Estoy buscando algo serio.
-Yo no tengo planes.


No todos necesitamos lo mismo al mismo tiempo. Leí algo sobre los ritmos en otro blog, algo de que a veces tenemos el mismo ritmo y sin darnos cuenta los ritmos van cambiando y dejamos de entendernos, el típico “no va más”. Hay que armarse de valor para decir “no va más”, pero cuando te das cuenta que los ritmos son otros, es la mejor receta para volver a ser feliz.


Robin, te banco, nos parecemos bastante con las fobias, pero vos sos linda en todos los perfiles.

martes, 18 de junio de 2013

Desconocidos

Son dos perfectos desconocidos, con una pequeña porción de pasado en común, o quizás ya no, porque los recuerdos se desdibujan, y cada uno guarda dentro suyo lo que puede cargar.  No se lo cuentan a nadie, pero los dos le tienen miedo al olvido.  A olvidar, y más que nada a que no los recuerden más.
El pasado se esconde en un laberinto mental,  queda atrapado en enredaderas que hace el tiempo, y que ellos  mismos quieren  fortalecer para sepultarlo, pero a la vez se arrepienten y se lastiman las manos intentando que por lo menos les quede algo.
Es posible que se hayan olvidado. Pasa siempre ¿Por qué no les iba a pasar? ¿Por qué iba a ser distinta esta vez?
Si son dos perfectos desconocidos, dos pares de manos lastimadas, y una porción de pasado en común o quizás… son más que eso.






Se siente distinta la jaula y el viento.

sábado, 15 de junio de 2013

Este blog también podría llamarse "mi madriguera"

Amo a Alicia. Tengo una obsesión, sin quererlo, aparece por todos lados.
Hice un corto y se le ocurrió filtrarse en la historia, escribí un texto y apareció entre los párrafos sin permiso. No es rubia, ni muy blanca, ni tiene vestido. Por lo menos no mi Alicia, mi Alicia es morocha, pelo castaño oscuro y definitivamente no tiene ojos celestes.
Alicia es una de las historias más hermosas, tiene millones de versiones y cada uno puede tomarla y apropiarla, bueno, como todas las historias. Pero es especial, no hay príncipes ni realeza (a excepción de la hermosa Reina de Corazones), es una historia un poco más burguesa, hay un conejo. Ese conejo que en mi caso representa muchas cosas, las ganas de explorar, la curiosidad, el “a que no te animás”. El conejo para mí, es como el “Gallina” de Marty McFly en Volver al Futuro. Lo admito, siempre lo digo, no creo que sea algo bueno, es más como un defecto, necesito ese empujoncito. Como un rasgo de la personalidad, no tan bueno, pero que a veces tiene como resultado cosas muy interesantes, y experiencias únicas. Por ahora sirve, espero no terminar como Marty, en un accidente de auto y sin poder tocar nunca más la guitarra. Pero… no toco la guitarra.
Alicia es una historia de escape de la realidad.  Entramos por un huequito y de repente estamos viajando. Pero como todo viaje, cuando volvemos no somos los mismos. Volvemos redescubiertos, con muchas más preguntas, con soluciones, o quizás sólo con energías renovadas. Y en esta vida, cambiar la energía es mucho más que importante.
Estuve googleando, la historia original es de 1865, y según Wikipedia hace alusión a cuestiones de la época… No me convence, Wikipedia siempre tan fría.  Alicia hace alusión a muchas más cosas.
Cuando era chica, pasaba mucho más tiempo en Wonderland que en mi casa. Ni siquiera necesitaba cerrar los ojos. Tenía muchas muñecas, y hasta pistas de autos, pero mi juego preferido era otro.  Mis papás estaban asustados, pensaban que no tenía cura, que estaba medio loca. Tenía un país en mi cabeza, mi propio País de las Maravillas, podía teletransportarme adentro de mi serie favorita y ser la hija no reconocida de Buffy Sommers y Ángel y hasta tenía en mi mente dibujado con claridad la supermansión en la que vivía.
¿La cura? Nada, con el tiempo iba a aparecer algo parecido a una cura. Los golpes de realidad aparecen a medida que uno va creciendo. Pero por suerte nunca me curé. Cada tanto me quedaba sola y volvía a meterme en alguna serie. Fui la hermana genéticamente modificada de Max, en Dark Angel y la prima de Tru en Tru Calling, con el mismo poder que ella, retroceder el tiempo para salvar a alguien. Jamás podría olvidarme, también tenía apariciones en Hechiceras, a veces era prima de las Halliwell, a veces sólo otra bruja buena.
Mi Wonderland va variando según mi estado de ánimo y mis obsesiones. Sigue siendo mi ruta de escape, a veces sólo me distrae, a veces me enseña o me golpea para que me enoje y me levante, para que corte con mi inercia.
Mi secreto para entrar a la madriguera son las cosas que más me gustan, no voy a decir cuáles. Mi profesor de taller 3 dice que no tengo que crear carteles fosforescentes y llenos de flechas, si es que no voy a abrir la puerta.  Dice que tengo que contarle todo al que está leyendo, y sino, que no lo diga. Pero me parece que es más interesante cuando no sabemos exactamente todo, está bueno que queden dudas, que te hagas preguntas. Además mis entradas, no son las mismas que las tuyas. Yo soy capaz de seguir al Conejo con sólo tomar un mate en mi terraza, si es que el sol está en determinado punto, y mi humor en otro punto específico. Y además, mi profesor no va a leer esto.
La mayoría de las veces que sigo al Conejo soy feliz, puede que la sensación me dure un rato, solamente mientras él esté conmigo, o puede que me dure mucho más tiempo. Pero siempre salgo de la madriguera un poco sucia, con el corazón latiendo a mil y los ojos llenos de ideas.

A medida que me hago más grande, seguirlo da más miedo, un poco de inseguridad. Pero él se da vuelta, me sonríe y mueve la colita, como para despejarme las dudas. Sabe que me puede, que me encanta cruzar la línea. Y yo se lo que se viene, doy un paso y miro para atrás, cuando regrese nada va a volver a estar en el lugar donde lo dejé. Y eso, es muy bueno.

Otra Alicia que sigue a su conejo y le dice "Lero- lero"



lunes, 10 de junio de 2013

Finales felices

Me gusta pensar que los finales felices son historias sin terminar, así quizás los finales no felices también son historias sin terminar.
Escribí capaz y lo borré. Me dijeron que está mal dicho, y ya casi no lo digo. Como cuando me enseñaron que no tenía que morderme las uñas.

-¿Sabías que capaz está mal dicho?
-Sí
-¿Y por qué lo decís?
-A propósito.
-Me parece que de bestia.

Dejé de decirlo, a veces me olvido, poquitas veces. A veces también me como las uñas, poquitas veces.
No me caen tan bien las películas con finales felices, si lo pensamos… es cortar una historia por la parte más linda, cuando los dos todavía se gustan, todavía se aman, todavía no se desgastaron entre sí. Es como que yo cortara mi historia antes de terminarla, en un pasillo oscuro, en un viaje en tren, en un verano eterno. Así mi historia no tan feliz, sería muy feliz.
Pero las historias siguen, las historias reales. Y acá es cuando me como las uñas de nuevo.
Medianeras termina cuando los dos protagonistas se conocen. Creo que es el mejor momento para cortar una historia, el principio. Sabemos que va a venir la seducción, los nervios, las miradas, las risas. 

Podría terminar mi película así:
Ella no para de sonreír, no sabe si por nervios o por la cerveza. Como si la conociera, él sabe que tiene que desestructurarla para poder acercarse. Con arrimarse un poco basta, si hay química, el resto se va a dar solo. Tiene experiencia en abrirse paso.
Charlan un par de horas, sentados, mientras los vasos se llenan y vacían constantemente. Hablan de esas cosas que se dice la gente cuando no se conoce muy bien, cuando se raspa la superficie. Son excusas más para poder observarse que para conocerse. No interesan tanto las últimas materias que metió en la facultad ni en dónde trabajó por tres años, llama más la atención cómo se mueve, cómo mira y qué tan fuerte se ríe.
Cuando ninguno de los dos puede tomar más nada y el bar cierra, se levantan y empiezan a caminar sin rumbo, como a quien no le importa para dónde va.
Sin quererlo, o queriéndolo, cada vez caminan más cerca el uno del otro, quizás buscando alguna especie de contacto.
De repente ella descubre que está mareada, y lo dice en voz alta, como si eso fuera a cambiar las cosas. Ambos se detienen y antes de que se den cuenta, sus rostros están a menos de un centímetro de distancia. Sus labios la besan, una, dos, tres, muchas veces. Esos besos que hacen perder la noción del tiempo, interminables. Van variando el ritmo, aceleran y frenan a una velocidad impresionante. Se besan con todo el cuerpo, se acarician y se sienten. Al lado de besos como esos, cualquier palabra carece de valor.
Abren los ojos y observan que el cielo empieza a aclarar.  Los besos se transforman en sonrisas, pero la magia no se rompe.
Él la acompaña a la parada, sabe que ella lo está haciendo caminar de más, pero no le interesa. Disfruta de su voz y de su risa nerviosa, de esos minutos de más.
La abraza, le corre el pelo y le besa el cuello suavemente. Así se quedan quietos, cuerpo con cuerpo, hasta la despedida.

Esa mañana los dos se acuestan contentos, con una sonrisa, sabiendo que algo lindo había pasado.

Ésta película me encanta. Nadie necesita saber qué pasó al otro día, no importa tanto.


Necesitamos estos finales felices casi tanto como respirar, no me digas que no, porque sé que mentís. Todos queremos congelar el tiempo en un punto, en una tarde de sol, cuando había algo que no sabíamos, o cuando todavía no nos habíamos embarrado hasta el cuello.

jueves, 6 de junio de 2013

Lapsus

Estoy en contra de pedir rescatistas para nuestras vidas. Deberíamos todos tener un kit de supervivencia que incluyera abrazos, escapes, besos y colores. Pedir rescate es como sentarse a esperar. Me hace acordar a las princesas de los cuentos de hadas, que esperan pacientes en su torre, leyendo historias de otras princesas como ellas que ya fueron rescatadas. Sería como que nosotras nos quedáramos sentadas leyendo la Cosmopolitan. Mismo conflicto, pero en la vida real.
Estoy en contra de pedir rescate porque es darle demasiada responsabilidad a otro, a otro que encima, ni siquiera conocemos, y que también debe andar necesitando que lo rescaten.
Porque los cuentos de hadas ya entraron al siglo XXI y a la igualdad entre los sexos. Ahora ellos usan el pelo largo bien planchado o escondido en un rodete. Por ahí piensan tirarlo por la torre para que alguna lo escale. No, es más de lo mismo, gente rescatando gente. Es igual de enfermante.
Pero admito que hay muchas veces que me gustaría escapar por ahí, que alguien me lleve a conocer lugares  y hablar del último estreno. Charlar de lo puta y linda que es la vida y olvidarme de todo con una sonrisa. A veces no importa mucho qué tan puto sea nuestro día a día, si mientras te están pegando recordás esa sonrisa, ese aroma y esos labios.
Es un cliché de los libros de autoayuda afirmar que nuestros rescatistas somos nosotros mismos, que podemos salir adelante, que somos lindos e inteligentes. Y como soy re autosuficiente, te diría lo mismo. Lo haría más elegante, lindo y romántico, pero andate a la puta que te parió. Hoy, 6 de Junio del 2013 necesito fervientemente que me rescates por un rato. Hoy, te digo que me gustaría mucho hablar del último estreno, de lo puta y linda que es la vida, y que me regalaras varios besos.

Ahora te lo estoy confesando, pero cuando mañana me despierte, voy a negarlo. Porque soy muy autosuficiente y porque me caen mal las minas que se sientan a leer la Cosmopolitan.

Claustrofobia emocional (versión extendida)


Su cabeza era un caos, por eso amaba entrar en ella. Un laberinto de recuerdos y emociones cruzadas, bosques impenetrables. O como una laguna, que de lejos parece tranquila y poco profunda, pero una vez que metes el pie, todo se desdibuja, y de repente estás en una tormenta en medio del mar. Si en realidad me detengo a pensar, nunca pude meter más que el pie, porque me dio miedo, y porque él no me dejó. Sabíamos que corría el riesgo de ahogarme, mala mía, nunca aprendí a nadar.
Ahogarse no significa morirse, pero sí asfixiarse.  A veces le tenemos más miedo a lo que conocimos que a lo que no. Y si hay algo que conozco, es esa sensación de estar en una burbuja, que te falte el aire, que el corazón se te acelere y te den ganas de vomitar. Mirar para todos lados en busca de una salida y sentirse capaz de romper todo a tu alrededor para huir y poder respirar de nuevo. Claustrofobia.
La Claustrofobia es psicológica, la tenemos con nosotros desde siempre o desde un momento particular de nuestras vidas, que nos hizo desesperar y nos dio mucho miedo.
Yo era una claustrofóbica en potencia, pero nunca lo supe. Esas son cosas que no las sabés hasta que te pasan. Es como una olla a presión que alguien se olvidó en el fuego. La mía explotó un día que me di cuenta que estaba atrapada en algo que me hacía mal, con personas que no me caían tan bien. Las puertas se cerraron y sentí que no podía respirar más. Se activó en mi una claustrofobia doble, pánico a quedarme encerrada y sin aire en un espacio reducido, y pánico a quedarme encerrada y sin aire con alguien en una relación reducida.
Después de darme cuenta de mi enfermedad, pasé unos 5 meses teniéndole miedo a todo. Si subía a un ascensor, al subte en hora pico o a un colectivo, tenía que ponerme a cantar en mi mente alguna canción, la más estúpida que fuera, para recuperar la respiración y aguantarme las ganas de salir corriendo. Era una sensación horrible, y más horrible si sólo podía “tapar” mi angustia al encierro con Piñón Fijo. Con el paso del tiempo ese tipo de claustrofobia fue disminuyendo, aunque tampoco desapareció.
Si estoy en un ascensor, ya no cuento los segundos que pasan hasta que la puerta se abra de nuevo, ahora parezco, hasta inclusive normal. Pero hay algunas manías que no me saqué de encima. Te das cuenta cuando te cruzás con una persona como yo, porque estamos siempre cerca de la puerta para escapar en caso de emergencia, es instintivo, mi primer mirada siempre se dirige hacia la posible ruta de escape. Hasta mido la contextura física de la gente que se encuentra en la misma habitación, y cuáles son mis posibilidades de correr y escaparme antes que ellos. Pero ya no es algo que haga todo el tiempo, sólo en lugares desconocidos.
Con respecto a mi segundo tipo de claustrofobia, me quedó un pánico tremendo a las formalidades, a las persecuciones por celular, al contacto constante. En la multitud es fácil distinguirnos, nos parecemos  bastante a los gatos, que no saben qué hacer con el cariño, y todos los días rasguñan al dueño, sólo para demostrar que son jodidos y que por más que se dejen acariciar y sean compañeros, nunca van a dejar de ser lo que son.
Entre nosotros nos reconocemos más fácil todavía, un claustrofóbico emocional sabe cuando está frente a otro:
Él me abrió la puerta y pasé tímidamente, hizo una seña con la mano y se fue a la cocina, quizás me había invitado a sentarme en el sillón. Dudé, quizás sólo había dicho “esperame acá”. Me quedé sola en el comedor, con una mano en el picaporte y la otra en el bolsillo. Pero pasaba el tiempo y me sentía tonta tan cerca de la puerta y en la misma posición.
Suspiré y me saqué la campera, todavía parada en el mismo lugar. Vino y me trajo un vaso de coca.
-Si la pensábamos mucho no la hacíamos – me dijo.
Lo miré un segundo, para que no se diera cuenta que lo estaba midiendo. Como todos los animales, los gatos se conocen, se miden, y disfrutan estar con alguien que comparte sus códigos, por lo menos por un rato, hasta que el viento cambia y se les eriza el pelo.
-Está bueno no pensar tanto –dije, alejándome de la puerta y sentándome en el sillón, lo que ya era bastante para una claustrofóbica.
Hay algunos mares que son increíblemente interesantes. Debería aprender a nadar.




lunes, 3 de junio de 2013

Pesadilla

“Porque sin buscarte te ando encontrando por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos”

Tengo ganas de escribir sobre él pero… también tengo ganas de dejar de escribir sobre él. Desde que lo dejé de ver, apareció esa necesidad de contar y desarmar cada sentimiento, cada situación por la que había pasado. Inclusive esta noche, siento que tengo tantas cosas para decir que no me alcanzan los dedos.
Pero también me convertí en esta especie de amante del drama, esa que al pasar por una parada específica del 10 recuerda un momento exacto, la que al escuchar una canción automáticamente imagina una sonrisa y una voz. La que no puede olvidar lo que no pasó en un pasillo oscuro una madrugada de verano.
Parece que es una musa con dos caras, te regala la capacidad de expresar todo lo que querés pero haciéndote recordar cosas que te ponen triste.

Hoy me enojé mucho con la musa y me prometí cortar con el dramatismo. Pero me da miedo que la musa se vaya con todo lo bueno que trajo.


Conversaciones entre amigas

-No me puedo concentrar, estoy re podrida, tengo mil ensayos, entregas y parciales domiciliarios y este pibe me dice que hoy a la noche quiere “hablar”. Es todo complicado.
-Las cosas tienen q ser fáciles, cuando empiezan a ser complicadas es que algo molesta y va mal, "al fin y al cabo era sentir y nada más, tan simple que hubo que empezar a complicar".
-¿De dónde lo sacaste?
-Es una canción. Todo es más fácil cuando no hay muchos sentimientos, cuando sentís cosas y no sabés si el otro las siente, te empezás a sentir medio mal y las cosas se complican, por ahí el chabón te re quiere pero no lo puede demostrar o por ahí no lo demuestra porque no lo siente, tendrían que ver q onda, q te diga cuál es la posta.

-¡Quiero volver a ser un mármol como antes!


-JAJA yo quiero volver a la etapa en que alguien me seduce.