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viernes, 28 de febrero de 2014

Poco sentido antes de acostarse

Hay una mosca que está dando vueltas en la pieza. Grande, negra, molesta, como todas las moscas. Mamá las mata con una revista, casi siempre usa la Viva de los domingos porque es gordita y vacía. Mamá tiene ese toque peculiar para matar que  yo todavía no aprendí. En algunas familias las madres enseñan a sus hijas a cocinar, mi mamá me va a enseñar a matar moscas.
Encontré un blog nuevo para leer, últimas entradas dedicadas a algo que se llama amor. Me duele un poco la espalda, ya no sé si es porque me siento como el orto toda encorvada o porque debería descansar.  El último te amo que dije no era cierto, y la última vez que amé no lo admití, qué poco sinceras se ponen las cosas a veces, cuando uno prefiere no exponerse.
Semana mentalmente difícil, crisis que se chocan entre sí y forman una supernova que se anuda en la garganta. Me hablan de todos lados y yo disfruto en silencio de estar acompañada, cuando el peor enemigo es uno mismo corremos el peligro de fagocitarnos nuestros propios esfuerzos. Y ahí están ellos, uno a uno en hilera tirando sogas.
La mosca se quiere posar en la taza que dice "coffee" pero tiene matecocido. La espanto con la mano y le contesto a un amigo algo sobre Venezuela. Para cuando vuelvo a mirar la mosca ya se posó en la taza. No tengo una Viva cerca y voy a hacer demasiado ruido. Quizás aprenda a convivir con ella, mínimamente una noche. Quizás a la mañana no esté más.

lunes, 24 de febrero de 2014

Daban sus labios Rocío y no bebí

Le pasó un mate lavado y mientras lo tomaba escuchó lo que ya sabía pero no quería oír. Cada palabra estaba dicha con la diplomacia del que sabe de política y caía con el peso de un martillo sobre un clavo. Ella hubiese hecho lo mismo en su lugar, también hubiese usado el mate como amortiguador y habría tratado de comparar la situación con algo salido de un apunte de sociales. Inclusive habría sido mucho más dura, pero cuando era ella misma la que estaba pasando por todo eso, las cosas se ponían un poco más dolorosas.

¿Puede alguien decirme "me voy a comer tu dolor"?

Es increíble a veces cómo las personas que nos conocen pueden descifrar en un par de horas y analizando algunas anécdotas todo lo que nosotros mismos tardamos meses en definir. Por ahí es una cuestión de experiencia, quizás la rubia que ceba estuvo en el mismo lugar del que la morocha quiere salir y no puede, o no quiere, sería más correcto decir.
Está ahí sentada, estancada hace casi un año en una historia que nunca fue y que claramente nunca va a suceder. Cierra puertas de a poquito, como si así doliera menos, pero la rubia la mira y le dice masoquista. La morocha se ríe y sabe que tiene razón.

Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón.

Se despide con un abrazo y camina rápido por el lunes disfrazado de domingo, medio de noche, medio con frío. Cuando está sola termina de caerle todo, como si los martillazos no hubiesen sido suficientes, la verdad se balancea frente a la automentira, pero borra los fantasmas con las manos y se abraza a sí misma. No pierde tiempo en mirar hacia arriba, sabe que está todo cubierto y que la lluvia que pidió para el día anterior viene con retraso.

Fue por una lluvia que realmente moje (que pusiera fin a su aventura).


Gotas saladas otra vez, el amigo de siempre del otro lado de la pantalla y esa angustia tan conocida por fin la puede paralizar. Quizás por eso sea una experta en tapar agujeros con pulgares, apuntes, películas y actividades. No se puede hacer mucho cuando el cuerpo pide un descanso y la mente despejada empieza a librarse de tantas cargas autoimpuestas. La rubia le advirtió, hay mucho auto acá, todas trabas propias. El amigo se encarga de musicalizar su tristeza y le habla de tiempos mejores y peores, porque de amor, nadie se murió.

domingo, 16 de febrero de 2014

Rocío y los stripers

No sé por qué me acordé de esto un 14 de febrero, lo empecé a escribir y lo abandoné por una noche de caipirinhas y campari. Porque San Marketín ama a los solteros y a las parejas por igual, a los que están con alguien porque se regalan cosas entre ellos, y a los solteros porque nos ponemos en pedo entre nosotros. Así que bueno, me puse a escribir un viernes, pensando que era medio cualquiera hablar de stripers justo ese día, el día del amor, los ositos de peluches y los chocolates.
No soy una persona supersticiosa, pero tengo puesta una cintita roja (por las dudas) y tengo un ritual con el que empiezo el año, y es lo que me hizo entender por qué la gente va a Luján caminando no-tengo-idea cuántos-kilómetros para volver, y mostrar hiper orgullosos las ampollas. Yo me subo a un micro, cierro los ojos, y con un poco de suerte me despierto en el medio de la nada. Me acomodo en el cama-ejecutivo, trato de cambiar un poco la posición del cuello para no llegar con tortícolis y me tapo porque el aire acondicionado siempre da frío. Ahí está, cuando me volví a despertar ya estoy a un par de paradas, me bajo, y le digo hola a San Bernardo con amigas.
El mar es como un cargador de pilas y la arena la electricidad, así, indisociables para funcionar. Ojotas en mano, viento en la cara, un grito de Mica porque vio un aguaviva, el pancho con mayonesa y papas fritas (el choclo es rico pero no voy a la playa con cepillo de dientes) y los culos con estrías (el mío uno de ellos). Todo es parte de un ritual pagano que si se hace  bien, sirve para barrer con una escoba las telarañas cerebrales. Como desfragmentar el disco C para que el sistema operativo funcione mejor, algo por el estilo.
Si tenés 20 años y una de tus mejores amigas un departamento a tres cuadras de la playa y a ocho del centro, no necesitás nada más. La primer noche caímos en el lugar más bizarro que pudiéramos imaginar, aunque deberíamos haberlo sospechado porque se llamaba Bonanza. A veces cuando te mandás sin conocer, termina todo muy bien, todo muy mal, como una gran anécdota o las tres cosas juntas. El lugar en sí no se decidía a ser  boliche ni bar, no parecía ser de esos lugares que después de las dos se pone, tiran las mesas a la mierda y empezás a bailar. No, eran las tres y las mesas estaban ahí todavía, el espacio para bailar no tenía nada que envidiarle a un buen departamento, y como estaba en el medio de todas las mesas, parecía una fiesta de 15 con todos desconocidos en posición de levante.
Pero por ahí me estoy adelantando un poco, lo anecdótico de acá no tiene nada que ver con el grupito de axé bailando en la tarima. Esta es la noche de Jean Pierre y va a ser recordada así por siempre. Flaco, narigón, morocho, alargador peneano y una toalla, no te pongás Jean Pierre de sobrenombre porque  no da.

-¿Qué quieren para tomar? Ésta es noche de stripers chicas!!

Dejó la carta y se fue. Nosotras tres nos miramos. No sé por qué en algún lugar de mi mente se me ocurrió que quizás podrían estar buenos. Mucha peli yanqui. Y después pensás, claro, cómo no van a estar buenos los stripers de las pelis si pasan por un casting (cámara-sabana) y por ahí los de Bonanza pasaron el sábana pero no el cámara.
Dividieron el lugar en dos, pusieron una cortina, y las mujeres nos quedamos de un lado, con Jean Pierre disfrazado de Padre Coraje y sacándose la túnica con menos gracia que Moria en el acuadance de Tinelli. Miedo. Verguenza. Me hice la que tenía ganas de  hacer pis y corrí al baño, llevándome a una de las chicas conmigo, y dejando a mi tercer amiga sola en la mesa. Soy una amiga genial, lo sé, pero estaba sufriendo.
En mi camino hacia el baño pasé por el otro lado de la cortina donde habían quedado todos los hombres. Enfermera sexy para ellos, típico. Y fue muy extrañamente más cómodo ver una mina en tetas que un hombre con una toalla de manos arriba de algo que (o tuve mala suerte con parejas) era inexplicablemente largo. Y ahí me di cuenta de una cosa: (no, no me gustan las mujeres) estoy más condicionada por lo que me rodea de lo que quisiera. Que me haya resultado más normal ver una mina en bolas significa un par de cosas, primero, que por más que no quiera la pelea entre vedetongas se nos cuela entre los huesos aunque no miremos a Rial, y que...

-Chicas no pueden estar acá.
-¿Por qué no?
-La semana pasada una chica vio que su novio subió a la tarima con la striper y se armó un lío bárbaro, volaron sillas, botellas, esas cosas.


...me olvidé lo que estaba pensando. Ah, sí. Me calienta mucho más un hombre cocinándome que bailando en un escenario revoleando la mano derecha y sosteniendo otra cosa con la izquierda.

lunes, 10 de febrero de 2014

Reality Bites

Y así es como se abre un Word un lunes a las 23:45, como forma de paliar la frustración, tratando de usarla para la único que sirve, como un motor. Hace un tiempo me puse a pensar, tengo una manía (que después de todo quizás disfraza a la necesidad) de verle lo positivo a cada piedra en el zapato. Culpa de mi madre seguro. Pero a veces no sabés bien si ves lo positivo porque aceptás sin dudar lo negativo o porque realmente sos como una madama del zen, en el caso de que existiera algo así. Hace mucho que dejé de preocuparme por los asuntos filosóficos, si soy parte de una superpieza de lego o tengo un martillo y voy rompiendo paredes, no hay diferencia, porque a veces parece que es lo uno y a veces parece más que es lo otro. Por momentos siento que tengo un deja vu, que soñé una escena determinada y termino pensando que es una gran película donde soy la protagonista y las luces me impiden verle la cara al director. Un muy mal director, que ni siquiera se presenta. Y es ahí cuando me pongo determinista y siento que está todo diagramado, esperando ser una pieza si no importante en el conjunto, por lo menos no un extra mal remunerado.
Me inclino por pensar que esta actitud positiva es un intento de, con lanza y escudo, salir a cazar lo que venga, a veces es más inteligente buscar caminos alternativos que permanecer en el lugar intentando hacer un hueco en la pared. Había una historia así, una de unos ratones en un laberinto, y en el medio había queso para vivir por un tiempo. Uno se quería quedar y el otro sabía que el queso se iba a terminar en algún momento así que quería explorar el laberinto. No me acuerdo cómo terminaba esa historia, pero definitivamente sé que tipo de ratón soy.
Igual no me voy a hacer la superheroína, pero a veces las heridas viejas dejan marcas que van endureciendo la piel y cuando recibís golpes en los mismos lugares, o percibís situaciones parecidas, el cuerpo y la mente se ponen de acuerdo (aleluya) y te avisan que no es el camino que te va a hacer bien.
Mientras sólo sea la piel lo que se endurece no me va a preocupar.
Llueven mensajes privados, salir de la zona de comodidad. No  es algo que tuviera planeado hacer. No sé si estoy enojada, no, no lo estoy. Estoy como... Diagramo todo mi año, y en enero ya sé lo que quiero hacer el resto de los meses. PUM. No, no lo vas a hacer. Esto no es algo que puedas planear, van surgiendo imprevistos. Suspiro. Pared. Puedo sacar algo positivo de esto.
La cantidad de amigos que tenés y gente que te quiere es impresionante.
Todos nos hacemos trampas, constantemente. A veces mirás para atrás y te das cuenta todas  las trampas que te hiciste para no avanzar, soltar o cambiar. Estar un año con alguien que no te hace feliz, cursar sin aprobar, ir a la primer cita vestida como tu peor versión, cagarlo y dejar el chat abierto para que lo vea, escaparse de la gente a la que le interesás, todas esas, están en mi top ten.
Sos como una semilla que no sé en qué se va a transformar, está bien, es propio de la edad.
Tengo 23 y me siento vieja, como si tuviera poco tiempo para ser quien quiero ser. Finjo que no me importa, pero ellos saben lo que pasa por mi cabeza. Quiero todo y lo quiero ya, no es joda, ser una pila de ansiedad envuelta en una coraza de tranquilidad. No sé cuándo las cosas se pusieron así. Salir de la zona de comodidad. Sí, todo lo mágico pasa fuera de ella, pero no estaba lista para abandonarla tan rápido.
Estuviste meses ahí.

Y vuelve el determinismo a decirme que todo pasa cuando tiene que pasar. Y no, no soy yo aceptando lo negativo. Soy yo usando lo que no parecen ser buenas noticias en principio, como fuerza motor.




domingo, 9 de febrero de 2014

Algo de antes y algo de ahora

Cuando tenía 20 años vivía en el shopping, me conocía las caras de todos los que trabajaban ahí en el turno noche durante la semana y por la mañana los findes.  La gente del shopping tiene esta rutina un poquito de mierda, trabajan sábados, domingos y feriados, todos, (sin excepción), casi siempre se pierden almuerzos familiares, llegan cansados a las fiestas de los amigos y después todavía más al trabajo, porque seguro tienen que ir a abrir el local a la mañana siguiente. Asfixiante. No es un aire normal, la mayoría de la gente no se da cuenta, pero si pasás 6 días a la semana en uno, sabés que estás respirando pochoclos mezclados con aromatizante de ambientes y aire acondicionado lleno de pelusa.

-Ponganse algo de color chicas...

¿Por qué no te maquillás vos, forro? ¿No te parece suficiente el baño de perfume y los kilos de Mary Key de la señora que está en la caja? Dios.
Mi problema en los laburos es que fácilmente se puede observar lo poco que me importa estar ahí. Me gusta hacer las cosas bien, pero no me interesa mucho si ganás 10 mil al día o 5 lucas como empresa. Y si, eso a veces me valió de un "nos parece que no encajás con el perfil", "creo que no aprendés rápido", traducido en indemnizaciones de despido. Bueno, una vez. Y fue generosa. Y me alegré de recibirla. En los trabajos en los que duré más tiempo fue porque se entendió que iba a trabajar muy bien, pero no iba  a morirme por nadie, ni siquiera por quien firma los recibos. A veces pienso que si fuera menos transparente y tuviera tetas me iría muchísimo mejor.
Cuestión que cambiábamos el uniforme una vez cada 6 meses, desde unas remeras grises tristísimas en invierno, hasta las claritas de verano, y después llegaron las remeras rosas que por falta de ideas se quedaron mucho más tiempo. Rosas. Uniforme. Usar telas mal cortadas y de calidad dudosa para que te identifiquen como la flaquita que labura en... Esas cosas no se extrañan. Nunca. Qué lindo es vestirse de uno mismo, y no del perfil que ese año quieren que tengas.
No te dabas cuenta si estaba soleado o nublado, si había viento o hacía calor. Estabas adentro de una caja de vidrio, un microclima  que conocías a la perfección. A  las 18 altas probabilidades de adolescentes en jumper, a las 19 madres con sus hijas recién salidas de la facu y a las 21.55, 5 minutos antes de cerrar, la minita con sus 2 pendejos para comprarle un regalo a su mejor amiga. Está cerrado. No, no está. Sí.
Son esas ironías de la vida, si no te gusta el shopping vas a laburar ahí (si no atendés las llamadas de tu celular, vas a terminar en un call center), a lo que le podríamos sumar un novio amante de los shoppings y listo. Desde las 12 del mediodía hasta las 10 de la noche encerrada en el microclima, almuerzo+cine+trabajo o al revés.
Todas estas imágenes me vinieron a la cabeza cuando entró a la sala de cine. Yo estaba sentada en la última fila, y ella apareció vestida con esos disfraces que venden en la galería de Salta al 1700, una especie de body hot de feria que no me pondría por nada (y ahí es cuando una piensa que no todos conocemos la diferencia entre lo sexy y lo bizarro). Pero no la culpo, a veces no tenés ganas de ser sexy ni con el flaco con el que salís, mucho menos con uno que vas a estar un par de horas. De atrás de ella salió un hombre gordito y con el pelo corto, que ya había visto en la entrada sentado solo en una mesa. Pasó por al lado mío y se sentó a dos lugares de distancia, mientras ella lo miraba.
-No, no. Hace calor.
Y se fue adelante de todo, a unas 3 filas de la pantalla, con su pelo suelto, su disfraz color verde (¿Era verde?) y unas dos bolsas viejas. La gente la miró, y yo miré a la gente buscando algo, un gesto que seguro harían las viejas de mi barrio, pero de ellas no pude sacar ninguno, no les vi ni un poco de desaprobación. Estaban ahí, todos arreglados, bien peinados y ni una nariz fruncida. Sonreí y saqué un chicle. El gordito que estaba cerca mío se levantó y se fue adelante.  Saqué una hoja con la programación del cine y cuando levanté la vista ella estaba otra vez al lado mío.

-¿Querés pasar?
-Sí.

Paul Thomas Anderson, The Master, 22:10, no, es muy tarde, drama sobre la Iglesia de la cienciología, creo que no me gustó demasiado Punch drunk love, o es que hay partes que me aburrieron? o estaba esperando otra Magnolia y perdí? Acostumbrarse a no tener expect...

-Ese chabón que estaba al lado mío es un pesado, ¿Podés creer, con este calor? Ir a sentarse al lado mío, un pesado...

Volví a levantar la vista y la miré, movió las bolsas y  sentí un ligero olor a naftalina, me reí por su comentario.

Conozco constitución a la mañana, en verano, en invierno, pasé miles de veces durante 3 años (y contando) por el telo de Salta y Garay, a veces están más vestidas que otras, mujeres, travestis, blancas y morochas. Por un instante me pregunté si estas cuadras eran su microclima, si también conoce las caras de las que laburan a la mañana y a la noche, y si estaba en este cine para distraerse de un par de cosas, como yo cuando estaba en la caja de vidrio. 

jueves, 6 de febrero de 2014

Abrazos que quiero dar

Por ahí no sea joda, quizás sea cierto que si queremos mucho a alguien hay una especie de conexión que supera las distancias. Hasta hoy pensé que era una boludez que dicen algunas madres para dar a entender que tienen una super conexión con sus hijos. Y sí, me caen muy mal esas madres.
Tengo una amiga que vive a miles de kilómetros de mi casa, odia el tomate y por más que sea invierno con una campera finita se arregla. Cuando la miro siento un poquito de admiración por todo lo que es capaz de hacer, por ser ese tipo de gente que hace que el aire sea más liviano y las horas pasen más rápido.
Esta semana estuvo pasando por uno de esos momentos especiales en la vida, los que uno espera que nunca lleguen, los que uno no está muy preparado para afrontar.
Hoy a las 10 de la noche en un momento nada particular de esto que se llama rutina, me dieron ganas de llorar tan fuerte como si me hubiesen dicho que no me amaban. Sí, algo parecido a esa sensación de mierda, o con eso lo comparé. Pero no supe por qué. En la tele estaba TCM, en la notebook un chat muy frívolo sobre zapatos para una fiesta de 15 y en la mesa algunos terminando de cenar. No había nada que pudiera provocarme esa sensación de tristeza. Como no sabía muy bien de dónde venía, tragué el nudo y traté de pensar en otra cosa.

La gente que me conoce sabe que una vez que llegué a casa puedo pasar horas sin mirar el celular, quizás por fobia a muchos años de tenerlo pegado a la mano derecha (traumas que tardan en irse). A veces leo algo dos horas después de lo que me hubiese gustado leerlo. Último mensaje recibido de ese personaje que no se deja sacar fotos, a las 10 de la noche. Noticias del sur. Abrazos que quiero dar.