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martes, 26 de noviembre de 2013

No-Balance

Si hay un recorrido que a esta altura del año me pone melancólica es subirme al 22, decir “hasta Retiro” y tomar el tren Mitre ramal Tigre. Es como si hubiese estado todo el año pateando afuera para no hacer comparaciones, pero en Noviembre, el mes del caos y las despedidas dulces, no hacer un balance se vuelve cada vez más complicado.
En los históricos todo X 2 pesos que se empeñan en no sacar ese cartel viejo y destartalado de los `90, que no tiene ningún sentido con el valor actual de la moneda, ya aparecen los árboles de plástico color verde. En la tele ya está santaclaus tomando una coca con un disfraz del polo norte que te  hace transpirar con sólo verlo. La globalización hace que hasta papá Noel tenga que usar uniforme.
Pero al final me tiraron un centro con este viajecito.
-Manejalo de alguna manera.
-¿Por qué?
-Hacé el estúpido balance como una persona normal.
-Me niego
-¿Tan malo fue?
-No, todo lo contrario.
-No seas tan complicada y hacelo.

Por séptima vez en la semana dormí menos de 6 horas, pero por primera vez eso no me molesta. Hay una diferencia entre el cansancio de dormir mal y poco por tener que estudiar y trabajar, y dormir mal y poco por haber estado hasta tarde cantando con amigas.
La juntada con una pizza extra gigante y varias cervezas (fernet para otras), tiene ese elemento reparador, como una catarsis sin tener que gritar ni romper nada. Y lo mejor es que es una reacción en cadena, empieza una y al minuto el universo de todas se pelea arriba de la mesa, entre los celulares que vibran todo el tiempo, el morrón que a una no le gusta, otra que roba las aceitunas y la radio de la previa.

-Yo fui más feliz el año pasado.
-Sí, yo también.
-Callateee, si vos el año pasado a principios de año estabas del orto.
-Aah, es cierto. Me había olvidado.
-Para mí este año es lejos el mejor, por ahí el año pasado terminó con todo, pero este año es lo más.
-¡Te tomaste toda la cerveza negra!
-Vos dormiste.
-¿Viste que las cosas pasan por algo?
-Espero que lo que me está pasando ahora también sea por algo…

Noviembre empieza todos los años con el cumpleaños de Blancanieves, en la segunda semana. Ahí me doy cuenta donde estoy parada y la odio por haber nacido antes de que empiecen todas las entregas y parciales. Pero a la vez la adoro porque ver al Dream Team es siempre una descarga previa al quilombo que tiene noviembre implícito en sí mismo. Es como el nadador que sale a respirar y se sumerge otra vez. Todavía no sabe si va a llegar primero o tercero, tiene chances de que pasen ambas cosas, todo depende del último gran esfuerzo.

-No te hagás la pelotuda, seguís sin hacer el balance.
-El mismo viaje, en casi la misma época del año.
-Por eso, si no lo hacés ahora, ¿cuándo?
-Me parece una boludez, ¿Qué hago? ¿Una listita de pros y contras?

En el 2010 cursé una materia anual que tenía como eje temático el viaje. Esas historias de aventuras en las que el personaje principal sale de su pueblito con un bolso y la mente vacía, le pasa de todo y llega a destino, que a veces es físico o simplemente mental, ya transformado. Somos como Frodo Bolsón pero en Buenos Aires del año 2013 (Ulises también es un buen ejemplo, pero la mitología griega no me va desde que me harté de los musculosos que pelean con dioses vestidos con taparrabos).
Es totalmente real, si la hiciste bien, salvaste a la Tierra Media y mataste cientos de uruk-hai. Desde esa materia que te hizo sufrir, compañeros que son más problemas que ayudas y los fantasmas propios que obviamente, son los más pesados.
El que me está atacando en este momento es el que me pide que le haga un balance, no sé para qué. Los dos concordamos en que no queremos estar cerca de gente que crea en el “año nuevo-vida nueva”. Tengo una concepción del año un poco extraña, o tal vez no es extraña, sino distinta al calendario que usan los demás. Pienso que cambiar de año todos los 31 de diciembre a la noche es algo absolutamente ajeno a nosotros. Cambiar implica que pase algo  que diferencie lo que era antes de lo que va a ser después. El chin chin de las doce no me produce sensación de transformación. A veces pasa algo a mediados de noviembre, en mayo, o te cae la ficha en octubre y, ese es más año nuevo en realidad.

-Si querés un balance te hago un balance, me quemaste la cabeza.
-Quiero.
-Fue uno de los mejores años, tiene baches obviamente, problemas que no dependen de mi y de los que no puedo hacer nada.
-¿Y entonces como es uno de tus mejores años?
-No sé, estoy en Noviembre y todavía me siento con las mismas ganas que tenía la Comunidad del Anillo cuando salía de la ciudad de los elfos.
-Hay un montón de cosas que no hiciste.
-Y hay muchas otras que sí ¿No te cansás de verle lo negativo a todo?

-No, para eso estoy. Para molestarte cuando viajás y te olvidás un libro para leer.




martes, 12 de noviembre de 2013

LUNES.

Hay gente que odia los lunes, me encanta no ser ese tipo de personas. Lo odian desde que no es lunes, cuando todavía es domingo a las 10 de la noche, y los más extremistas cuando es domingo a las 6 de la tarde. Están en el sillón, deprimidos, mirando la película de “fin de semana” en algún canal de televisión. Algunos prefieren la del perro basquetbolista en Canal 13, otros el drama de la vida real en Telefé, o sino siempre está la dramáticamente trágica (sí, así de redundante) en I-Sat. 
No creo que haya que otorgarle responsabilidad a un día de la semana por ser el que arranca todo, e inclusive, no creo que sea el que “arranque todo”. Prefiero pensar que estoy en constante movimiento.  Hay distintas teorías de por qué la gente enfoca todas sus energías en odiar un día en particular, a mí me gusta la de Dolina, creo que es totalmente cierta. Según él, el problema no está en el lunes, sino en esperar que un milagro caiga del cielo en el fin de semana, como si el sábado y el domingo tuvieran un don especial, una atracción de cosas maravillosas. Un martes tiene las mismas posibilidades de que pase algo especial. Es como esperar todo el año por  unas dos semanas en la segunda quincena de Enero. Está bien, viaje a la costa, arena, playa, sol, pero son sólo dos semanas en 365 días. Si estoy 350 días pensando que en el único momento que voy a ser extremadamente feliz van a ser 15 días, creo que muchas cosas perderían el sentido.
El lunes el facebook se llena de frases y fotos anti-lunes, como si la red social se convirtiera en el  desahogo  popular. Bueno, más que de costumbre.
-Odio a mi gato.
-Yo odio a mi perro, cuando vuelvo está en la misma posición en la que lo dejé.

Conversaciones de ese estilo llenan los whatsapp, muros y conversaciones escuchadas al pasar, apretujada en un bondi, aplastada entre caras cansadas. Son las mismas de siempre, pero un lunes, a nadie se le escapa una sonrisa ni por casualidad.
Mirándolo desde afuera da la sensación de que la semana de las personas tiene un ritmo distinto a la mía (definitivamente es así). Los lunes putean, se retuercen y apagan el despertador con bronca. Me imagino que el señor con camisa rosa que mira por la ventana del 17 se levantó muy temprano, se puso primero las medias (seguro es de los que odian dormir con medias), después el pantalón de vestir y la camisa blanca que la mujer le planchó la noche anterior, y como se la manchó con el café del desayuno, tuvo que ponerse esa camisa rosa.
El pibe de los auriculares enormes no se afeitó, piensa que es sexy. Duerme con medias y con la misma remera que tiene puesta, se tiró desodorante encima y salió. Ni se peinó, o quizás estuvo unos 15 minutos en el espejo intentando producir un look descuidado, para que cualquiera que lo mirara pensara que es cool, despreocupado y quizás interesante. Falló.
La minitah de tacos ridículamente altos se planchó el pelo temprano y se pintó, pero todavía no desayunó (no hay tiempo para todo un lunes a la mañana). No me termino de decidir si va a una universidad privada (¿quién está estereotipando?) o a una oficina en Puerto Madero. Chusmea el facebook por el Smartphone. No entiendo bien por qué la gente entra a una red social a las 7.30 a.m, cuando todavía tiene lagañas en los ojos, y le saca fotos al café que no va  a llegar a tomar entero, para que otro ser humano desde el bondi lo vea, le ponga un me gusta y le diga “que ricoo”.
Con el aluvión de “teléfonos inteligentes”, la gente empezó a compartir capuccinos de Starbucks, cuartos de libra, cenas románticas y más tarde siguió por churrascos milagrosos y cafés en tazas de Hello Kitty. Me pregunto cuándo van a empezar a compartir la cantidad de veces que van al baño, y cuándo vamos a dejar de pensar que eso es desagradable para sumarle un “like”. Miden si la publicación es exitosa cuando pasa más de 20 manitos arriba y el ego gana una palmada en su espalda invisible. Ya pueden empezar su día.
Diría que el que está en el último asiento es un hipster, pero me avergüenza un poco estar etiquetando tanto a estas horas.  Tiene unos Ray Ban, jeans chupin, un saco azul que podría haber sido de mi abuela, una camisa cuadrillé como un leñador de películas yanquis, barba medio recortada, y mira por la ventana cantando mentalmente algún tema de una  banda que no conozco. Está perfecto para una foto.
En el asiento de adelante está sentada una señora con cara de enojada. Hace un tiempo llegué a la conclusión de que hay distintos tipos de personas, teniendo en cuenta la cara que tienen cuando se levantan. Están los caracúlicos, a los que no les querés dirigir la palabra por miedo a que te peguen o te gruñan. Te da la sensación de que duermen al lado de una planta de mierda y cuando se levantan ya tienen el gesto tan asimilado que tardan en despegarse de él. Parece que la señora es el caso. Eso, o está pensando en cómo matar al bebé que llora adelante, pero no creo, según la nota periodística ultraconfirmada de una revista de chimentos dice que todas las mujeres nacemos con instinto materno.
Después están los ojos de compota, esas personas que tienen los ojos a semi despegar durante una o más horas. Son personajes que tienen el cuerpo y la mente muy disociados, y  pueden caminar, trabajar o ir a la facultad con el cerebro desconectado, o más que eso. Pareciera que la masa encefálica está en reposo, en una palangana con agua, mientras el cuerpo está en algún lugar de la ciudad haciendo lo que puede, intentando que nadie se de cuenta que salió solo, haciéndole la segunda al cerebro que no puede más y se quedó en casa tratando de regenerarse.
Después están los relámpago, esas pocas personas en el mundo que cuando suena el despertador ya están desayunando, sea verano, invierno, otoño o primavera. No importa, en otra vida fueron gallos, malditos.
Y después vengo  yo, que soy una combinación de todos ellos: 30% caracúlica,  60% ojos de compota y 10% relámpago.
Ya dije que es lunes y que es temprano, me faltó un dato no menor para entender el mal humor de mis momentáneos compañeros de transporte: llueve mucho. A diferencia del lunes, la lluvia tiene más adeptos, pero ninguno en este bondi. La minitah mira por la ventanilla y se da cuenta que perdió tiempo planchándose el pelo, mientras podría haber desayunado. Cuando se baje y se moje un poco, la humedad va a hacer lo suyo. El de pantalón de vestir tiene un paraguas pero le tiene miedo a alguna baldosa floja que pueda llegar a pisar. El hipster está tranquilo, mientras no se moje el Ipad no va a pasar nada, y la señora que está sentada delante de él sostiene con firmeza la ventanilla para que no entre ni un milímetro de agua. Conclusión, el panorama es desalentador, y se le suma un aire viciado de mala onda y humedad.
Por suerte no estoy viajando en el 17  a las 7.30 a.m. No fue a esa hora cuando me crucé con minitah, pantalón de vestir, hipster y señora anti bebés llorones. Mentí un poco, perdón. Abrí mis ojos de compota a eso de las 9 de la mañana con gotas de lluvia en la cara. Hoy no me sentía relámpago, pero tampoco caracúlica. Estaba sonando el celular, pero no era el despertador. Era el ringtone de los mensajes, el silbido de Elle Driver vestida de enfermera sexy, con un parche blanco en el ojo a punto de matar a La Novia. Era Noelia, a punto de matarme a mí por no devolverle el paraguas hace casi un año. Extrañamente y por ser de esos artículos con una función específica, sólo se recuerdan cuando son estrictamente necesarios, es decir, cada vez que llueve.
-Tenés mi paraguas, hoy llueve.
-Ya está lloviendo.
-Pero a la tarde va a llover más.
-Bueno, a la tarde te lo llevo a tu casa.
-No vas a venir, seguro vas al cine.
-También, pero lo agarro y me bajo en tu casa cuando salgo.
-No confío. Ya es tuyo igual casi. Te mando para joderte, y para recordarme que me tengo que comprar uno. Que chorra que sos.

Y si, lo soy, pero más que nada por colgada. Tengo ese paraguas hace 11 meses, y encima cuando llueve lo uso (¿sino cuál sería la utilidad de un paraguas ajeno?), pero nunca, NUNCA lo devuelvo. Mi amiga vive a 8 cuadras de casa, y obviamente en estos 11 meses la vi mucho, fui a la casa varias veces. Debería comprarme uno, pero comprarse un paraguas es una gran responsabilidad. Hay que elegir muy bien, es casi un deber social. No hablo sólo de evitar los descartables, esos que aguantan sólo una lluvia finita y en el primer chaparrón verdadero se rompen en mil pedazos. Estoy hablando de los colores. El de mi amiga es negro, mango negro, todo negro. La gente no piensa mucho cuando compra un paraguas (igual del de mi amiga no me quejo, es negro pero se bancó  un año de lluvias). Después cuando llueve no quieren deprimirse, ¿Cómo no van a bajonearse si ven por la calle una manada de seres envueltos en pilotos oscuros, botas de lluvia grises y paraguas negros? Y si a eso le sumás que es lunes, ya está, suicidio colectivo, quizás no físico pero si mental. Son todos zombies quejándose, repitiendo oraciones que tienen de eje central a la lluvia, a la humedad y al lunes.

No le contesté el último mensaje a Noe, no iba a admitir que hace meses estaba buscando en las vidrieras un paraguas colorido que no pareciera hawaiano, pero que tampoco se me fuera volando como el último que tuve. Me había escrito que iba a llover, pero sólo habían caído un par de gotas cuando salí de casa, y como había dicho anteriormente, los paraguas son esa clase de objetos, que sólo los recordás cuando son necesarios. Me acordé cuando estaba en el  bondi y un par de gotas empezaron a entrar por la ventanilla que cerró bruscamente la señora anti bebés llorones. Miré al de pantalón de vestir que tenía un paraguas negro, de esos grandes superfuertes, escurriéndose en el piso de goma, a dos pasos mío. Espero que no pise una baldosa floja antes de llegar a donde sea que esté yendo, con cargar ese muerto todo el día ya es suficiente castigo. Apenas llegué al cine se largó una tormenta tremenda, de esas que salen en las noticias de “relleno” de algún noticiero. Cuando mandan a un movilero a mojarse y a preguntarle a la gente si la lluvia los sorprendió o esas boludeces. Y si, si están empapados creo que los sorprendió. El pronóstico tiene casi tan poca credibilidad como el INDEC.

Por más que sea poco creíble, hay bastante gente que va al cine un lunes. Quizás sea de esas circunstancias en las que todas las personas se ponen de acuerdo en pensar que “nadie debe ir al cine un lunes, vayamos así está vacío”, que es muy similar a “todo el mundo va a ir a la costa el viernes, mejor vayamos el jueves” y el embotellamiento pasa igual, porque la brillante idea se esparce como un virus. Así que… estoy encerrada en el cine, mirando el cartel de la película que vine a ver, tratando de imaginarme cómo puede llegar a terminar, porque sorprendentemente no hay más entradas. Me lo merezco por ladrona de paraguas.

Leí una pequeña sinopsis online, pero no miré el trailer. No los miro más. Está bien que pongan las mejores escenas, pero no todas las mejores escenas, o lo que es casi tan deprimente, te muestran el desenlace, le sumás dos gramos de imaginación y ni tenés que ver la película. Parece ser una especie de comedia dramática con tinte existencialista, esas que se parecen a la vida de uno, donde te das cuenta que si te caga una paloma antes de entrar a una entrevista de trabajo, en realidad es un bajón, pero es una anécdota genial, y si nos ponemos filosóficos significaría que es mejor no entrar a ese edificio nunca. Hay un él y un ella, pero no se tocan, eso ya indica algo. Sus sonrisas están cortadas a la mitad por una franja negra que corta verticalmente toda la gráfica. Ahí está el nombre de la película y comentarios favorables con estrellitas que indican un muy buen nivel por la crítica. Las fotos son en blanco y negro menos los ojos, los de él celestes y los de ella verdes. La tipografía es muy distinta a cualquier otra que haya visto, como si hubiesen usado tiza de colores para escribir. Tiza amarilla. Primer plano con hombros ella, casi un plano pecho él.  Me habían dado ganas de darle una oportunidad a Bradley Cooper.

-Dicen que es buena.
Miro hacia la izquierda, un chico de mi edad me está hablando, digo de mi edad porque parece 23-24-25, pero soy tan mala con eso que podría tener 29 y ser lo mismo. Siempre me parece raro cuando un extraño le habla a otro en la ciudad (si no es para quejarse del gobierno, del clima, de otros extraños presentes o de la inseguridad). Dependiendo de la segunda frase que diga, sabré si está violando mi espacio personal o si me parece lo suficientemente interesante como para continuarle la charla al pasar.
-¿Quién dice?
-Los críticos… de una revista que leí.
-No le creo mucho a los críticos, muchas veces venden una película en vez de hacer una crítica real.
-Mmm

Quizás había sido demasiado dura con mi pobre extraño amigable. Le miré de reojo un lindo lunar en el cuello.
-Igual parece que si querían venderla lo consiguieron, ya no hay más entradas.
-¿Querías verla?
-Sí, me llamó la atención la tipografía del cartel en internet.
-¿Ibas a ver una película porque te llamó la atención la tipografía?
-Vos decís que es buena porque lo dijeron unas personas que trabajan para una revista, que seguramente les pagaron para hacerles publicidad, a mí me llamó la atención la tipografía. 
-Somos presas del marketing.

No pude evitar sonreír.
- Y entonces ¿Cuál  vas a ver?
-Ninguna creo, ya vi todas las que están acá.
-Ah, venís seguido entonces.
-Sí, todos los lunes.
-¿Viniste sola?
-Sí.

Se produjo un silencio incómodo que me marcó la puerta de salida. Quizás mi extraño amigable es de los que piensan que ir al cine sola es signo de soledad o looserismo. De repente su lunar en el cuello me caía mal.
-Nunca vine al cine solo, ¿Está bueno?
(O quizás no)
-Sí, está bueno. Es como que… te predispones distinto, la ves desde otro lugar. Hay mucha gente que no se anima a salir sola a lugares públicos, se sienten como descolocados.
-Es que yo creo que hay personas que no les gusta estar un rato con ellos mismos.

(Definitivamente el lunar me parecía mucho más simpático ahora).
-¡Tal cual! Es como que no se bancan, necesitan un ruido constante alrededor para no escucharse a ellos mismos.
(Creo que me fui al carajo, uno nunca le dice a un extraño lo que verdaderamente piensa).
-Tal cual,  mirá, me sobra una entrada. No te vas a quedar sin película.
Sacó la billetera del bolsillo trasero del pantalón y la abrió, adentro había dos entradas para la función que iba a empezar en unos minutos. Me dio una.
-Tomá.
-¿Te cancelaron a último momento?
-Algo así.
-Uh, ¡Que genial! Gracias, te doy la plata.
-No, dejá, fue un 2x1.
-Ah.
-No son numeradas así que no tenés que sentarte al lado mío, digo, por eso de que te gusta ir al cine sola.
-Ah, pero…
-Jaja no pasa nada, me voy al baño, está por empezar.

Me quedé dura en el mismo lugar por un par de segundos mientras él se daba vuelta y se iba al baño. Mi cerebro salió de la palangana y corrió a toda velocidad por la 9 de Julio, rebotando sobre edificios y bondis, chorreando agua a su paso. Llegó al cine, cruzó la puerta, me golpeó muy fuerte y se acomodó adentro de mi cráneo; un extraño no sólo había bancado mi teoría de que en realidad, los que vamos al cine solos somos personas que no nos da miedo estar con nosotros mismos un rato, sino que además me había regalado una entrada.
Lo más correcto hubiese sido comprarle aunque sea unos pochoclos, pero no parecía una película exactamente pochoclera, iba a quedar totalmente fuera de lugar, además ¿Y si le compro dulces y le gustan salados? Sí, ya sé, nadie que merezca vivir le gustan los pochoclos salados, pero existe la posibilidad de que sea uno de esos seres especiales.
Siento que estoy en una comedia, todavía no entiendo bien si es romántica o solamente comedia. Creo que llegué tarde  y me perdí la introducción, quizás al mejor estilo 500 days of summer había alguien advirtiendo: “esta no es una historia de amor, es una historia acerca del amor”. Me miré al espejo en el baño y me di cuenta de la realidad, no puedo creer que Noelia me dejara cortarme el pelo tipo Amélie. En el momento en que un desconocido tiene un gesto lindo te dan ganas de repente de ser un poco más minitah y menos caracúlica en la vida.
Cuando salí del baño entré a la sala y lo busqué con la mirada, estaba sentado en el medio y no había nadie al lado suyo.
-Ei, te sentaste al lado mío.
-Estuve pensando que prácticamente sos un desconocido, así que sentarme al lado tuyo es como venir sola.

Uh, no sonó tan bien. Definitivamente esto es una comedia.
-Okei.
-Sonó medio mal.
-Jaja no importa, entendí. Voy a practicar eso de venir solo yo también, así que está bueno. Es como que vine solo, pero me quedé charlando con alguien en la puerta que de casualidad se sentó al lado mío.
-Perfecto.

Siempre me quedo para ver los títulos y escuchar la banda sonora, algunas personas se quedan y otras se van apenas funde a negro. Cuando la película estaba por terminar mi amigable desconocido recibió un par de llamadas que cortó enseguida, así que apenas terminó se levantó, me saludó con la mano y se fue. Cuando salí la lluvia había vuelto a empeorar y las personas corrían de un lado para el otro, o se refugiaban adentro del cine. Él estaba hablando por teléfono apoyado en una puerta, mirando las gotas golpearse contra el vidrio. Tenía esa cara de haber estado discutiendo, cuando las cejas se juntan y la boca se frunce.
-¿Está todo bien?
Creo que no debería haber preguntado eso. Parecía ese momento personal donde los desconocidos no hacen preguntas…
-Acá andamos, estuvo linda la peli.
-Sí, muy. Los críticos tenían razón esta vez.
-¿Viste? Jaja

Miró para abajo, era evidente que estaba en otro lado.

-La persona para la que sacaste mi entrada se perdió una gran película.

Creo que si hasta ahora no tuve filtro, con esto derrapé.

-Totalmente.
-Es una gran tormenta, no va a parar hasta la noche.
Escuché que una señora decía por teléfono. Me puse la capucha, lo saludé con la mano y abrí la puerta de vidrio.
-¿Te vas? Está lloviendo.
-Sí, no estoy tan lejos de la parada, una vez que me moje no pasa nada.
-Sí, chicos si se pueden ir ahora mejor porque después viene granizo, dijeron por la tele.
La señora había cortado su llamada y ahora nos hablaba a nosotros.
-¿Por qué no le das tu paraguas, nene?
Dijo su línea y se fue, típico de comedia.
-Por más que tengas la parada cerca, hacés dos pasos y te empapás, olvidate.
-Mejor, aclara las ideas.
-¿Quién dice?
-Los críticos.
-Andá.
-¿Vos para dónde vas?
-Para allá, ¿vos?
-Para el otro lado. Te propongo algo que te va a poner de buen humor.
-¿A ver?
-Mirá, salimos los dos a la puerta y corremos para el lado que cada uno tiene que ir, no vale usar paraguas. Si funciona, te das vuelta y me levantás la mano.
-¿Y si no?
-Va a funcionar.

Salimos del cine y nos paramos debajo de la lluvia achinando los ojos.

-1, 2, 3!!


Corrí hacia la derecha y él hacia la izquierda. Me empecé a reír, y cuando llegué a la esquina me di vuelta, no tenía aire y estaba toda empapada, como si me hubiesen tirado baldes de agua. Lo distinguí a unos metros, se estaba riendo y me levantaba la mano.