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lunes, 27 de enero de 2014

Dos del montón.

-¿Estuviste saliendo con alguien?
Ella se dio vuelta y lo miró directamente a los ojos, le daba más vergüenza que lo mirara así antes que estar los dos desnudos en la misma cama. De repente se le ocurrió que los ojos marrones casi negros eran más interesantes que cualquier celeste o verde que pudiera llegar a conocer. Era una oscuridad penetrante, una pared imposible de romper. La pregunta le había salido casi sin pensarla, era curiosidad más que nada, no porque le interesara. A veces le gustaba imaginarse que estaba sólo con él, y quizás fuese cierto. No sabía para qué, no tenía sentido, el egoísmo del hijo único diría ella. Y ella respondió también, casi sin pensar, dejando la pausa justa como para que él dudara, pero no demasiado, como para que le creyera después. Igual, era probable que no le importara si dudara o no, no a esas alturas.
-No.
-¿Por qué?
-No se.
Se le acercó más y le empezó a hacer formas en la cara con el dedo índice, como hacía cuando se aburría.
-¿No conociste a nadie interesante? No  me mientas.
-¿Por qué iba a mentir?
Y se le ocurrió explicarlo en un tipo de lenguaje que él pudiera comprender, o por lo menos intentar.
-Es como... como que antes de salir con alguien me imagino en mi casa, mirando una serie o una película, y si siento que me voy a divertir más haciendo eso, le digo que estoy ocupada.
-Eso habla muy mal de los que te rodean.
-O muy bien de las series que estoy viendo...
Se empezó a reír de su propio chiste y no pudo hacer otra cosa que seguirla, así, con la  habitación apenas iluminada y el ventilador sobre sus cabezas, hablar era lo que peor le salía, por ahí si se limitara a coger o a reír podría salir de esas situaciones incómodas en las que él mismo se metía. Dejó de mirarla por las dudas, y se puso boca arriba.
-Igual viste lo que dicen, cuando estás solo no hay nadie y cuando te juntás con alguien de repente todo el mundo anda atrás tuyo.
-Ley de Murphy.
-Ley de Murphy... ¿Cuánto tiempo te vas?
-Unos diez días más o menos, hasta que alguno se quede sin guita supongo.
Se rascó la cabeza y la miró, ella nunca le había sacado la mirada de encima.
-Igual bancame, no te enamorés, a ver si me voy diez días y cuando vuelvo ya estás en otra y no querés venir más.
-No prometo nada, esto de ser tan linda es complicado.
Y ahí fue él el que se acercó, le olió el pelo y le empezó a dar besos en el cuello. No era tan linda, pero tenía esa facilidad extraña de ser el centro de atención en todos lados, casi sin intentarlo, o por ahí era todo una trampa y la naturalidad con la que sabía hacer amigos había sido practicada por años antes de conocerlo.
-No tengo muchas ganas de... estar con alguien y que después me diga que no me quiere o decirle que no lo quiero. Siento que no tengo energía para eso.

Lo dijo a oscuras, no le vio la expresión de la cara ni necesitó mirarle los ojos, le dieron ganas de abrazarla y decirle que la quería, pero estaría mintiendo. Y la única regla era no mentir.  A ella no le importaba ser su fija, casi como a él no le importaba que ella le mandara un mensaje cada tanto, cuando tenía ganas de verlo. Era un acuerdo tácito. Pero mañanas/tardes/noches como esas, con la pieza apenas iluminada y el ventilador sobre sus cabezas, disfrutaba pensando que ella estaba sólo con él, y él sólo con ella.



martes, 14 de enero de 2014

Ataque de pánico

Martes 14 de Enero y ella no paró un segundo. Sólo recuerda haberse tomado un día, esos en los que es pecado no estar tirado boca arriba pensando en la nada misma. Fue un día raro para ser Enero, había refrescado un poco  y la ciudad saludaba entre aliviada (algunos) y tristes (otros) un día lluvioso (el único) del mes del sol. La lluvia la despertó, corrió a sacarle unas fotos a la llovizna que se transformó en chaparrón y se puso triste cuando dejó de llover. Necesitaba como excusa esa lluvia para seguir tirada. Escribe y se pone a pensar, es medio patético necesitar una excusa para estar tirada. Intenta recordar pero no sabe desde cuándo tiene la manía de correr, manía, necesidad o impulso. Es como que siempre está corriendo pero no llega, se cansa, baja la velocidad. Hasta que llueve, recarga energías y vuelve a correr. A ese ritmo no va a llegar a los 30, lo sabe.
La carrera no es siempre física, el que la ve ahora podría decir que sólo está sentada escribiendo, con el escritorio sucio y la cama sin hacer. Pero está corriendo más que  nunca (eso no lo dice ella, lo dicen las pastillas antináuseas que se tuvo que comprar).
Hoy se queda dormida, agarra la ropa que encuentra.  Se baña con agua fría pero no se despierta. Hay un  par de zapatillas limpias o unas chatitas, siente que es mucho trabajo atarse los cordones, así que mete el pie en los zapatos más viejos del mundo y se toma un bondi.
La Rocío Rubia llega pintada y bien vestida como siempre, ojalá tuviera esas ganas de estar presentable todos los días como su amiga. Se ponen a hablar de las cosas que ellas hablan y cuando vuelve a mirar el reloj pasaron cuatro horas. Se ríe para adentro y piensa que eso es casi tan relajante como un día de lluvia tirada en la cama. Su tocaya le confiesa que los nervios a ella la atacan diferente, y de repente la morocha se pregunta por qué si su cabeza sabe que un tropezón no es caída, su cerebro le manda ganas de vomitar cada vez que está nerviosa.
-A mí me pasó lo mismo, estresa. Este verano me propuse no anotarme en ningún ingreso, en ninguna materia. Voy a relajarme, lo único que voy a hacer es ver películas.
La morocha piensa que es bastante inteligente la elección, y se arrepiente un poco de haberse anotado en esa especie de Popstars para formar un grupo selecto al estilo Bandana. Su chiste personal es pensarse a sí misma como esas adolescentes con carteles con números de inscripción en el pecho y haciendo fila para mostrar lo que saben hacer adelante del jurado. Ni siquiera sabe si va a llegar a estar adelante del jurado, nervios, pastillas, naúseas y mucho embole mirando París, Texas. Lo bien que le haría en este momento ver algún episodio de HYMYM, lástima que ya se los morfó todos.

Trata de que la chispa de La Rubia le entre un poco por los poros porque mira al cielo y no se ven nubes de tormenta cerca, imagina que ya es lunes al mediodía y tiene los pies en la arena. La Rubia le prestó un libro, casi como supiera que durante los últimos días se estaba preguntando qué leer en la playa. No sabe nadar, y le da pánico meterse muy adentro (qué no le da miedo es la pregunta este verano), pero aún así, el mar le hace todavía mejor que la lluvia. No es nada contradictorio que lo que nos hace tan bien nos de miedo ¿No?